Nadie se salva solo

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por CHRIS BEGLEY – Universidad de Transilvania

“¿Entonces, cuál es tu plan de escape?”.

Mi amiga me preguntó esto mientras cenábamos. Ella había tomado un curso de supervivencia urbana conmigo y le preocupaba que el cambio climático y la situación política actual pudieran precipitar una crisis. “¿A dónde vas a ir cuando todo salga mal?”.

Su pregunta sonó espontánea y despreocupada, pero yo sabía que para eso nos estábamos reuniendo. Su pregunta era seria, y le preocupaba el futuro cercano. Quería un consejo y algo de esperanza.

Sé a dónde imaginaba ella que llevaría la conversación. Debo tener un plan, razonó, que me permitiera utilizar las habilidades de supervivencia en la naturaleza que enseño para huir de la ciudad y hacer una vida en las colinas. O tal vez, como soy antropólogo, sabía qué parte del mundo se libraría de lo peor.

Le dije que mi plan no era escapar; no había escape. Mi plan era quedarme y ayudar. Si todo se desmorona, habrá una gran necesidad, y trataré de encontrar un lugar donde pueda contribuir. No habrá una salida. Hay demasiada gente, y el único futuro que vale la pena vivir requiere que todos nos quedemos y resolvamos los problemas juntos.

Las representaciones mediáticas del apocalipsis son muy diferentes: el desastre llega rápidamente, todos entran en pánico y huyen, y un héroe solitario salva el día. Estas fantasías pueden obstaculizar nuestra capacidad de planificar y reaccionar ante un escenario más realista.

Mirando al pasado, vemos cuán equivocadas están muchas de nuestras ideas sobre el “colapso” social. En el pasado, consistentemente, vemos a la gente reorganizándose, reagrupándose y creando estructuras y sistemas que permiten que la nueva comunidad persevere. Esa no fue la solución rápida que mi amiga esperaba escuchar, quizás, pero sonrió, y pude ver en sus ojos que ella ya sabía que esa era la respuesta.

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Soy arqueólogo, pero también enseño cursos de supervivencia en la naturaleza. Este interés surgió de mi investigación arqueológica en áreas remotas de Centroamérica. Aprendí muchas de las habilidades que enseño durante los años que viví y trabajé con personas del grupo indígena Pech en Honduras. Habilidades como hacer fuego eran tareas diarias en la aldea.

De hecho, muchas de las habilidades de “supervivencia” que enseño eran actividades cotidianas, especialmente cuando acampábamos en la selva tropical durante nuestros muchos viajes documentando sitios arqueológicos. En mis cursos de supervivencia, discutimos desastres, emergencias y lo inesperado. La gente quiere saber cómo prepararse y cómo sobrevivir.

Aunque habito el mundo académico, el mundo de los preppers y survivalistas está a solo un paso.

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En los últimos años, ha habido un mayor interés en mis cursos de supervivencia en la naturaleza. Originalmente, había imaginado estos cursos como preparación para estancias cortas e inesperadas al aire libre, como perderse mientras se hace senderismo.

Sin embargo, lo que encuentro es que la gente quiere aprender estas habilidades para estar preparada para un desastre a gran escala. Quieren prepararse para pandemias, colapsos económicos o el ascenso del autoritarismo. Los desastres que imaginan reflejan temores crecientes de un mundo inestable. Hasta hace poco, el cambio climático impulsaba estos temores. Ahora, los temores incluyen pandemias o disturbios políticos.

Las habilidades de supervivencia en la naturaleza que enseño son importantes, quizás las más valiosas en los primeros días de un cambio dramático, pero no son el factor más importante en la supervivencia de la sociedad.

En cambio, cómo reaccione la gente ante una crisis determinará lo que vendrá después. Trabajar cooperativamente, identificar y escuchar a líderes competentes con experiencia real, aprender unos de otros y adaptarse a nuevas circunstancias producirá un resultado. Atrofiarnos en las inequidades del presente y actuar por miedo, nos llevará por un camino diferente.

No hay desastres naturales, dice el dicho, solo fenómenos naturales. El “desastre” resulta de nuestras reacciones, de nuestras decisiones. Si no tenemos cuidado, imaginamos el colapso social como algo que le sucede a un grupo, como si una fuerza externa como una sequía o una pandemia determinara el resultado de la crisis, y la gente fuera pasiva o ineficaz en su respuesta.

Sin embargo, está claro que la respuesta social a una fuerza externa o crisis puede moldear la trayectoria de una sociedad tanto o más que la propia fuerza externa.

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Tomemos, por ejemplo, la historia de Kentucky, donde crecí.

Varias enfermedades devastaron a las poblaciones indígenas en América cuando llegaron los europeos, pero los arqueólogos e historiadores continúan refinando nuestra comprensión de cómo sucedió esto. Sabemos que, en última instancia, un siglo o algo después de la llegada europea, la población de nativos americanos disminuyó en más del 90 por ciento. Gran parte de esto fue un resultado directo de la mortalidad por una serie de enfermedades que nunca antes habían encontrado y para las cuales no habían desarrollado inmunidad.

La imaginación popular tiene a la viruela como el principal patógeno, pero hubo muchos otros, incluidos el sarampión, la gripe, el tifus y la varicela. Las enfermedades no solo mataron personas directamente, sino que también la gran cantidad de enfermos dificultó la provisión de necesidades básicas para el resto de la población. Estos efectos auxiliares de la enfermedad exacerbaron la letalidad de estas epidemias.

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Sin embargo, no fueron solo las enfermedades las que crearon este desastre. Estos fueron brotes que tuvieron lugar durante una campaña de colonialismo de asentamiento, y esta realidad moldeó la forma en que se desarrollaron los brotes. La respuesta de los grupos nativos americanos a esta crisis también moldeó el resultado.

Los relatos de este encuentro catastrófico a menudo presentan a los grupos nativos americanos como receptores pasivos de una circunstancia trágica, sin recurso ni remedio. Si bien es cierto que los patógenos eran desconocidos entre las poblaciones nativas americanas y tuvieron efectos devastadores en sus comunidades, no era cierto que fueran víctimas pasivas, o que no tuvieran tratamiento o estrategia para mitigar los efectos de las enfermedades.

Paul Kelton de la Universidad de Kansas ha escrito extensamente sobre las formas en que los nativos americanos, particularmente los cheroquis, pudieron responder, “retardando las tasas de mortalidad y frenando la propagación de contagios”. Ciertas estrategias, como evitar interacciones y la cuarentena, reflejan nuestras respuestas contemporáneas a la pandemia de Covid-19.

El elemento más importante de esta reacción, sin embargo, podría haber sido la convicción de que mantener sus prácticas religiosas y sociales tradicionales evitaría la enfermedad. Desde practicar el aislamiento de personas enfermas hasta rituales de limpieza, las acciones tomadas por los cheroquis determinaron su futuro y preservaron su pasado.

En lo que hoy es Kentucky, los patrones comerciales y las alianzas cambiaron con la influencia extranjera a partir del siglo XVI. Algunos grupos pueden haber abandonado el área, mientras que otros se reformaron o persistieron. Para este período clave, desde finales del siglo XVII hasta principios del siglo XVIII, hay una falta de relatos de testigos presenciales y datos arqueológicos, por lo que no está claro cuán parecido era el mundo post-epidémico al anterior.

Sabemos que en el tiempo fuertemente fragmentado de mediados del siglo XVII y más allá, las aldeas multitribales eran comunes a medida que los sobrevivientes se unían. Miles de personas indígenas aún viven en Kentucky hoy, por supuesto.

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La mayoría de los arqueólogos ahora ven situaciones de “colapso” como estas y ven flexibilidad y adaptabilidad. Mientras algunas cosas terminan, otras persisten. Esta continuidad puede ser más impresionante e importante que la desaparición de ciertos elementos del registro arqueológico.

Examinar el pasado desde un ángulo diferente, centrándose en la resiliencia de los pueblos antiguos en lugar del colapso de un cierto segmento del grupo gobernante, nos da un plan para comprender lo que necesitaremos en el futuro: flexibilidad y adaptabilidad.

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En un estudio que analizó los esfuerzos de socorro después del huracán María en Puerto Rico, la profesora de tecnología de la información Fátima Espinoza Vásquez descubrió que los líderes comunitarios y activistas no intentaron recrear las estructuras que habían existido antes del huracán. Más bien, conscientes de las desigualdades y fallas de ese sistema, y siendo expertos en sus propias comunidades, configuraron tecnologías antiguas y nuevas para improvisar una infraestructura funcional. Por ejemplo, una línea fija conectada a Skype y luego transmitida en Facebook sirvió para coordinar los esfuerzos de socorro, evitando canales oficiales ineficientes.

Las civilizaciones no duran para siempre. Lo que me preocupa es qué tan rápido llegará el cambio y cuán dramático será. A juzgar por los ejemplos históricos de eventos apocalípticos, todo el proceso podría llevar mucho tiempo, ser multicausal y sentirse de manera desigual entre las poblaciones y a través del espacio y el tiempo.

No sé exactamente cómo será el fin de nuestra civilización, y me pregunto si se entenderá como una catástrofe. A partir de nuestros datos sobre el pasado, imagino que el proceso de colapso ya ha comenzado. Los problemas ambientales son una causa, y los problemas políticos y sociales —particularmente las inequidades en riqueza y poder exacerbadas por las políticas neoliberales durante el último medio siglo— son la otra. Cuán rápido procederá el desenlace, y cuánto tiempo hasta que nos demos cuenta de que el proceso está en marcha, son más difíciles de adivinar.

Los apocalipsis ocurren, todo el tiempo, en escalas variables. Sobrevivir a ellos, como sobrevivir a la mayoría de las cosas, es un esfuerzo comunitario, no un esfuerzo individual. Necesitarás a otras personas, y ellas te necesitarán a ti. Las habilidades que aportas, y las que aprendas en el camino, ayudarán al grupo. En última instancia, esa mentalidad comunitaria y el altruismo generarán colectivos fuertes. Esa es la única manera en que podemos perseverar. Así es como se ve la supervivencia.

Sapiens. Traducción: Horacio Shawn-Pérez

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Observatorio de ciencias antropológicas.

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