por MEGAN HILL – Universidad de Harvard
En cuarto grado, llegué a casa de la escuela y mi papá me preguntó qué había aprendido. Le dije con entusiasmo que la Sra. Brennan nos enseñó: “En 1492, Colón navegó por el océano azul”. Como ciudadana de Oneida y líder nacional en educación amerindia, no puedo imaginar lo que debe haber pasado por la mente de mi papá, pero al día siguiente condujo hasta mi escuela (predominantemente blanca y acomodada) y convocó una reunión de emergencia con mi maestra. Ese día, ella revisó su plan de estudio.
Para los nativos americanos, el Día de la Raza representa una celebración del genocidio y el despojo. La ironía es que Colón no descubrió nada. No solo estaba perdido, pensando que había llegado a la India, sino que hay evidencia significativa de contacto transoceánico antes de 1492. El día celebra una versión ficticia y desinfectada del colonialismo, blanqueando generaciones de brutalidad que muchos europeos trajeron a estas costas.
En las ciudades de todo este país hay una conciencia cada vez mayor de nuestra historia colectiva y violenta, y de los legados que repercuten en nuestros sistemas de justicia, salud y educación. Las estatuas de Cristóbal Colón se derrumban y resuenan los llamamientos para reemplazar el Día de la Raza por el Día de los Pueblos Indígenas. Para mí, no es tan simple como reemplazar un día feriado en el calendario por otro. Si estos llamamientos son sinceros, cualquier cambio en el Día de los Pueblos Indígenas debe estar respaldado por acciones y un reconocimiento activo de la supervivencia y la resiliencia continuas de los pueblos indígenas.
La inversión en educación cívica debe realizarse en asociación con las naciones tribales para enseñar la verdadera historia de Estados Unidos. Y garantizar que todos los estadounidenses sepan que, hoy, las naciones tribales están resolviendo desafíos universales y son pioneras en innovaciones que pueden cambiar y mejorar el mundo.
Estados Unidos podría aprender mucho de sus primeros pueblos. Pero debe comenzar con la verdad.
Fuente: The Harvard Gazette/ Traducción: Maggie Tarlo