por HORACIO SHAWN-PÉREZ
A esta altura, lo que la antropología está diciendo sobre el Descubrimiento de América (el concepto que aglutina los eventos desencadenados por el desembarco de la expedición de Cristóbal Colón en territorio americano el 12 de octubre de 1492) es que no hubo tal cosa como un descubrimiento. Eso no es nuevo. Tampoco es nuevo que el concepto del descubrimiento adquirió diferentes facetas en diferentes momentos de diferentes estados nacionales: hizo diferentes identidades que luego hubo que deshacer.
Por ejemplo, para el caso de Argentina, la antropóloga Claudia Briones explicó: “Argentina no se considera racista pero es un país profundamente racializador. Y negador: se habla de ‘barcos’ que trajeron inmigrantes transatlánticos, pero nada se dice de los barcos esclavistas; así negó y sigue negando la existencia o relevancia de pueblos originarios y afrodescendientes. Racista, pues aplica a los pueblos indígenas la ‘ideología del blanqueamiento’: si cambian mucho, pierden pertenencia e identidad, pese a que esta es un derecho”.
Y luego: “Recurre a la idea del ‘crisol de razas’ para justificar su blanquitud cuando ha operado ideológicamente desde dos ‘crisoles’: uno público y afirmado, que habría originado la nación blanca y europea; se apoya en la idea de que ‘venimos de los barcos’, sostenido al menos por los tres últimos presidentes (Cristina Kirchner, Mauricio Macri, Alberto Fernández). El último crisol da origen a los ‘cabecitas negras/negros cabeza’; categoría que homogeneiza indígenas, afrodescendientes y migrantes limítrofes en esta única mirada racializadora, y en la cotidianidad, muy estigmatizante y discriminadora, al remitir a distinto tipo de ‘fallas’ y ‘carencias’”.
Por lo demás, la tendencia actual no ve con buenos ojos a la aventura de Colón. Aunque, como tendencia, no es uniforme. “Entiendo que hoy hay una gran polémica sobre cómo situar a los personajes históricos, si como buenos y malos y siempre noto que hay dos errores muy comunes en todo esto: primero que la historia no se puede juzgar con los valores e ideas del presente, a ese error se le llama ‘anacronismo’; segundo, que no existen personas buenas o malas, todos cometemos errores, pero no todos realizamos hazañas. A Colón se le celebra, porque a pesar de tener fallos y yerros como los tiene cualquier persona, su hazaña construyó una nueva idea del mundo”, dijo el antropólogo mexicano León García Lam.
Hay que ver los contextos. Hace treinta años, la figura de Colón y de los eventos de 1492 se pensaban en relación a la globalización, el multiculturalismo, los medios masivos de comunicación; hoy se piensan en relación a la construcción de la memoria pública de esos personajes y de esos eventos: por ejemplo, a la conveniencia, o no, de mantener monumentos o feriados, y de qué manera, o para qué.
Eso no quiere decir que cada época (o cada agenda social) sea única e irrepetible; quiere decir que se experimenta así. A propósito de los personajes históricos que se impugnan y de los monumentos que caen, la antropóloga y arqueóloga Sarah Kurnick escribió que “refleja una antigua práctica utilizada durante mucho tiempo para desacreditar a personas que alguna vez fueron veneradas y repudiar ideas que alguna vez fueron respetadas”. Y agregó: “Los manifestantes de hoy, al igual que sus homólogos de la antigüedad, desafían el orden social cuestionando quién debe y quién no debe ser venerado públicamente, quién debe ser recordado u olvidado”. Pero esos monumentos desfigurados no son ajenos a la historia; son también historia.
A eso ―a lo que se hizo con muchos monumentos dedicados a Colón― se lo llama desconmemoración: el fenómeno ya antiguo, escribió Sarah Gensburger, “de desmontar estatuas o, más ampliamente, de retirar recuerdos del pasado del espacio público. De hecho, es más apropiado en la medida en que nos permite pensar en las desacreditaciones por lo que son: formas, ciertamente violentas, ciertamente no validadas por la representación política, pero formas a pesar de todo, de conmemoración. Varios comentaristas se indignaron en los últimos tiempos de que veamos el pasado con los ojos del presente y denunciaron pecar de anacronismo. Sin embargo, la definición misma de conmemoración pública es ver el pasado a través de los ojos del presente”.
Es lo que sucede: el pasado se ve a la luz de lo que se sabe, se cree y se siente en el presente. “Conmemorar a Colón es conmemorar la colonización europea de los pueblos indígenas”, escribió el antropólogo Joseph P. Gone. “En lugar de recordar y relatar esos cuentos de mal gusto, citemos y celebremos el resultado más improbable de esta historia: la supervivencia indígena”.
Misma línea que Megan Hill, de Harvard: “Para los nativos americanos, el Día de la Raza representa una celebración del genocidio y el despojo. La ironía es que Colón no descubrió nada. No solo estaba perdido, pensando que había llegado a la India, sino que hay evidencia significativa de contacto transoceánico antes de 1492. El día celebra una versión ficticia y desinfectada del colonialismo, blanqueando generaciones de brutalidad que muchos europeos trajeron a estas costas”.
Para el etnohistoriador Matthew Restall no hay que perder las sutilezas: “El revisionismo siempre ha existido, pero la conciencia de la naturaleza revisionista de la historia crece y disminuye, y estoy de acuerdo en que hoy hay más conciencia de ello. La clave para entender al verdadero Colón es separarlo de los muchos Colones que se inventaron después de su muerte, y que siguen inventándose. La de héroe y villano son sólo dos de esas invenciones”.
Hay que ver, así, todas las otras invenciones. Y, entretanto, concluir que, por el momento, nadie, o casi nadie, está diciendo “Descubrimiento de América” en antropología.