
por HALEY BLISS – Universidad Metropolitana de Nueva York
La región andina, que se extiende a lo largo de la columna vertebral de Sudamérica, es hogar de algunas de las poblaciones indígenas más duraderas y culturalmente ricas del mundo. Durante siglos, comunidades como quechuas y aymaras han prosperado en este terreno accidentado, desarrollando estrategias adaptativas para enfrentar desafíos ambientales, sociales y económicos.
El paisaje en sí mismo es un estudio de contrastes: montañas imponentes, climas cambiantes y ecosistemas que varían de manera drástica con la altitud. Para los pueblos andinos, este entorno ha sido tanto un reto como un maestro. Perfeccionaron el arte de la supervivencia a lo largo de generaciones, cultivando un profundo entendimiento de su entorno. Sus prácticas agrícolas, por ejemplo, son un verdadero prodigio de diversidad. Al sembrar una amplia gama de cultivos, desde papas y quinua hasta maíz y frijoles, crean una red de seguridad natural. Si un cultivo falla, otros prosperan, asegurando el alimento frente a la incertidumbre. Esta diversidad va más allá de la agricultura y moldea también sus estructuras sociales, sus prácticas espirituales y sus formas de vida.
Sin embargo, la resiliencia en los Andes no es una reliquia estática del pasado. Es un proceso dinámico, puesto a prueba constantemente por los desafíos modernos. El cambio climático, por ejemplo, está transformando la región a un ritmo alarmante. Los glaciares, fuente vital de los sistemas hídricos andinos, se derriten con rapidez, amenazando la disponibilidad de agua para la agricultura y la vida cotidiana. Al mismo tiempo, estas comunidades suelen enfrentar marginación, excluidas de procesos de toma de decisiones nacionales que afectan directamente sus medios de vida. Esta desconexión plantea preguntas críticas sobre cómo sostener la resiliencia cuando las voces son silenciadas y las tradiciones desatendidas.
Las fuerzas económicas globales complican aún más el panorama. Las políticas neoliberales, con su énfasis en mercados y comercio, alteraron los modos de vida tradicionales, generando conflictos y desplazamientos. Y aun frente a estas presiones, las comunidades andinas han mostrado una notable capacidad de adaptación. Surgieron movimientos de base que abogan por caminos alternativos que prioricen la preservación cultural y la sostenibilidad ecológica. Estos esfuerzos no se limitan a la resistencia: buscan recuperar la agencia y dar forma a un futuro que honre tanto la tradición como la innovación.
La resiliencia en los Andes no consiste solo en reponerse de la adversidad. Se trata de absorber impactos manteniendo identidad y función. Es la capacidad de aprender, adaptarse e incluso transformarse ante el cambio. Las prácticas culturales cumplen un papel fundamental en este proceso. Rituales en honor a la Pachamama, por ejemplo, refuerzan el vínculo sagrado entre los seres humanos y la naturaleza, promoviendo prácticas sostenibles y un sentido de cuidado. Fiestas como el Inti Raymi (la Fiesta del Sol) celebran la identidad comunitaria y la naturaleza cíclica de la vida, y ofrecen un contrapeso frente a las presiones de la modernidad y la globalización.
La preservación de las lenguas es otro pilar de la resiliencia. Aunque el español predomina en muchas regiones, los esfuerzos por mantener vivas las lenguas quechua y aymara simbolizan la resistencia a la erosión cultural. La transmisión oral de relatos, canciones e historias de generación en generación funciona como vehículo del conocimiento tradicional, fortaleciendo los lazos comunitarios y asegurando que la sabiduría perdure.
Tres factores clave sostienen la resiliencia en los Andes:
1. Diversidad. Es la base de la resiliencia, visible en la variedad de cultivos, ecosistemas y estrategias de subsistencia. La diversidad permite a las comunidades responder con flexibilidad ante disturbios e incertidumbre.
2. Conectividad. Los vínculos entre personas, entornos y regiones—ya sea entre tierras altas y bajas o entre zonas rurales y urbanas—facilitan el comercio, la interacción social y el intercambio de recursos. Sin embargo, la conectividad también puede propagar problemas, lo que la convierte en un arma de doble filo.
3. Modelos de desarrollo. Las políticas económicas y los enfoques de desarrollo pueden fortalecer o debilitar la resiliencia. Los modelos neoliberales, que priorizan el crecimiento económico sobre la sostenibilidad cultural y ecológica, suelen agravar las vulnerabilidades en lugar de aliviarlas.
Lo que resulta evidente es que no existe una única definición de “estado deseado”. Para algunos, el crecimiento económico es la prioridad; para otros, lo es la preservación de las tradiciones culturales y los ecosistemas. Esta complejidad refleja la realidad del terreno, donde la resiliencia no es un concepto uniforme, sino una interacción dinámica de valores, prioridades y estrategias.
En última instancia, la historia de la resiliencia en los Andes está lejos de terminar. Es un proceso en curso de adaptación y transformación, moldeado tanto por la tradición como por la innovación. Estas comunidades nos recuerdan que la resiliencia no se trata solo de sobrevivir: se trata de encontrar nuevas formas de prosperar frente al cambio. Su recorrido ofrece lecciones profundas para un mundo que enfrenta el cambio climático, la desigualdad y la erosión del patrimonio cultural. En los Andes, la resiliencia no es solo una respuesta a los desafíos; es un modo de vida, un testimonio de la fuerza perdurable de las comunidades humanas.
The Human Thread. Traducción: Maggie Tarlo