por CHRISTINA ANTOINETTA VACILESCU – Colegio Universitario de Londres
Es una convención social común preguntarle a alguien a quien acabas de conocer sobre su nombre, ocupación, familia y educación. Es natural porque para comprender a esa persona, y quién es hoy, es necesario conocer el pasado que llegó a definir su carácter.
La disciplina de la antropología no es diferente a este respecto. Fundamentalmente, es el estudio holístico de las complejidades socioculturales y biológicas humanas, pero, para comprender su verdadera naturaleza, es fundamental preguntarse cómo y por qué nació en primer término.
Sin embargo, esbozar la historia completa de la antropología no es el objetivo en este caso, pero habiendo elegido un tema de interés muy específico, presento aquí uno de los muchos aspectos de esta rica disciplina. Al reunir tanto la antropología social como la cultura material, exploro su importancia en un mundo dominado por la acción humana y la sujeción material.
Conocimiento, verdad y poder
En 1940, el antropólogo inglés E. E. Evans-Pritchard publicó su famosa etnografía sobre los nuer del sur de Sudán en la que busca discernir las estructuras políticas africanas. Al igual que con otras investigaciones antropológicas de ese período, es un ejemplo común de cómo los colonialistas europeos utilizaron inicialmente la disciplina para comprender al “otro” en su búsqueda del control político.
Utilizando una tradición occidental de categorización del conocimiento, basado en el principio de una “verdad absoluta”, Evans-Pritchard no solo hizo la suposición falsa y prejuiciosa de que los nuer eran representativos de todas las subculturas africanas. También obligó a sus prácticas sociopolíticas a encajar en sus propias ideas preconcebidas, reproduciendo así su cultura desde su propio punto de vista occidental. Como tal, muchas de las primeras investigaciones antropológicas estuvieron lejos de ser perfectas, aunque nos enseñaron algunas lecciones importantes que dieron forma a la disciplina tal como la conocemos hoy.
Las formas en que se produce y se percibe el conocimiento afectan la producción de la verdad y, por tanto, el ejercicio posterior del poder en sí mismo, que fue fundamental para el proceso de dominación imperial (Foucault 1980). Es decir, verdad y poder son entidades mutuamente constitutivas que iniciaron uno de los discursos más importantes dentro de la antropología.
Subrayando el potencial y la fuerza de la disciplina, la noción ambigua de poder se puede abordar de múltiples maneras, dependiendo del enfoque epistemológico de cada uno. Desde la época colonial, la antropología social instituyó nuevas y diversas perspectivas para el estudio de la humanidad, una de las cuales es la cultura material: el estudio de nuestro mundo material y su relación con el ser humano (Buchli 2002b).
Entonces, ¿cómo pueden estas dos subdisciplinas colaborar para expandir nuestra concepción de cómo los colonialistas produjeron y utilizaron el poder? ¿Qué implicaron sus medidas políticas, dónde los identificamos en nuestro mundo contemporáneo y por qué su legado es continuamente importante para la disciplina en sí?
Estructuración de estructuras
En su revolucionario análisis de la casa bereber, Bourdieu (1970) enfatiza de manera famosa la domesticidad como sometida a un “habitus” (Bourdieu 1977: 72), nuestra visión del mundo individual construida por la experiencia social. Su teoría tuvo importantes implicaciones para nuestra comprensión de los medios imperiales de control, en el sentido de que reinterpretó el hogar como la encarnación espacial y contextual de la vida social cuyas “estructuras estructurantes” (Bourdieu 1977: 72) producen y reproducen tanto al individuo como a su cultura en función de la práctica social inherente.
Por lo tanto, la arquitectura no debe percibirse como una entidad física separada del espacio cognitivo humano, sino más bien como un modelo social que refleja la comprensión cultural de las interrelaciones sociales en una sociedad determinada (Buchli 2002a). El entorno construido no es solo una poderosa herramienta de introspección individual (Garvey 2001), también es un medio potencial de agencia política para controlar la mentalidad colectiva (Buchli 1997; Mitchell 1988).
En su estudio de caso de cómo los colonialistas intentaron contener y controlar la vida cotidiana egipcia, transformando las infraestructuras materiales, Mitchell (1988) demuestra esta aplicación del “poder disciplinario” (Foucault 1980: 549). Aunque finalmente no produjo el efecto deseado, el programa político sugiere que nuestros hogares no sirven simplemente como extensiones de nuestra identidad, como se percibe tradicionalmente. Más bien, son medios en los que nuestras identidades se producen y transforman mientras dan forma a los propios medios (Garvey 2001).
Como tal, este proceso de coproducción es la manifestación misma de la interdependencia simbiótica de nuestra existencia y el mundo circundante (Richardson 2003), el cual subraya nuestra vulnerabilidad potencial en caso de que no reparemos en este poder subestimado de la materialidad. Es decir, al imponer una forma alternativa de percibir el espacio y, por lo tanto, la personalidad en la sociedad egipcia, los colonialistas buscaron manipular y construir una experiencia muy específica de la realidad social (Mitchell 1988).
Esta concepción alternativa del poder, que se extiende más allá de la mera ocupación, supone grandes implicaciones porque el poder no es simplemente ejecutado por una entidad física soberana que desciende sobre el pueblo subyugado. Sin embargo, se articula y circula dentro y fuera de la sociedad, lo que significa que el poder, en este caso, tiene sus raíces en redes de coacciones materiales de las que asciende (Foucault 1980). En otras palabras, se trata de la invasión del espacio epistemológico y la aplicación de la práctica disciplinaria, más que de la mera intención y apropiación de recursos.
Teniendo en cuenta estos mecanismos implícitos de poder, ¿cómo aplicamos el conocimiento extraído de la experiencia colonial para diseccionar las tendencias contemporáneas de control social potencial?
Imperialismo cultural
Al darse cuenta de que los humanos no son los únicos agentes en la producción y reproducción de las relaciones de poder (Foucault 1989), la síntesis de la antropología social y la cultura material y visual ha demostrado ser esencial para examinar adecuadamente las formas en que la humanidad construye sus realidades sociales, especialmente en términos de agencia y control político. Utilizar un solo punto de vista científico es insatisfactorio, mientras que combinar las teorías y metodologías de múltiples subdisciplinas enriquece nuestras concepciones.
Mientras que Foucault (1989) presenta el poder desde un punto de vista holístico, como un “poder capilar” no posesivo (Foucault 1989: 544) que asciende desde sus extremos (Gell, 1992, 1996), por otro lado, complementa su teoría al enfatizar el esfuerzo de “eficacia” de los artefactos (Gell 1992: 44). Es decir, en virtud de su contención no sólo de valores y creencias culturales, sino del poder mismo, los objetos “atrapan” (Gell 1996: 34) a los humanos como resultado de las mismas materializaciones de la agencia que se extiende más allá del tiempo y el espacio (Buchli 2002b). Esta comprensión tiene implicaciones fundamentales para la percepción subjetiva de nuestra propia vida contemporánea, dominada por la dispersión del consumismo, asociado con un “imperialismo cultural” real (Tomlinson 1991).
Por tanto, como subraya Gell (1996), los objetos no se refieren simplemente a la estética, sino a factores complejos de producción, distribución y circulación del poder, cuyas funciones multifacéticas y practicidad someten al ser humano a fuerzas implícitas de agencia social, política y económica (Tomlinson 1991). Las relaciones de poder modernas dan forma a nuestra comprensión de la personalidad y transforman el cultivo de las interrelaciones sociales, en el sentido de que constituyen una compleja red de intencionalidades que no se ejecutan únicamente a través de meras acciones humanas, sino que también están contenidas en objetos prácticos que incorporan macro fuerzas globales del yo para perpetuar el consumo (Buchli 2002b).
Conocer lo que representa el mundo material, así como ser conscientes de nuestra propia sujeción a tales tendencias globales, es una tarea fundamental que puede ofrecer propuestas ricas en cuanto a cómo los humanos atienden al mundo (Mercier 2020). Por tanto, la antropología no se trata solo de comprender al ser humano a la luz del interés científico y la curiosidad. También se trata de cuestionar nuestras realidades y ayudar a las personas a darse cuenta de cómo se relacionan y se ven afectadas por el mundo circundante, considerando la disciplina como un medio de potencial cambio social.
Agenda reveladora
La antropología es una disciplina importante porque abre nuestras mentes en términos de nuestra comprensión del mundo circundante y nuestro propio papel subjetivo dentro de él. Con sus muchas subdisciplinas y metodologías asociadas, es una ayuda fundamental para discernir nuestras realidades individuales y globales, sobre las cuales podemos actuar para mejorar las condiciones de injusticia.
En virtud de su eficacia (Gell 1992, 1996), es fundamental reconocer las estructuras estructurantes (Bourdieu 1977) encarnadas en nuestro mundo material, que parecen imponer un poder indirecto que moldea los comportamientos y acciones humanas (Bourdieu 1970; Foucault 1989). Tales relaciones de poder son cruciales para identificar y reconocer, pero solo son visibles si se investigan desde varias perspectivas epistemológicas, como lo demuestra el rico cuerpo de conocimiento antropológico.
Como tal, la amenaza real no es la distribución y circulación implícitas del poder en sí misma; más bien, es nuestra propia reproducción inconsciente de los mismos mecanismos subyacentes (Foucault 1989; Lévi-Strauss 1965). En ese sentido, la disciplina de la antropología, inicialmente nacida para ayudar a tal propósito, ahora se ha convertido en un medio esencial para comprender y abordar el control social indirecto que podría gobernar nuestras vidas.
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Referencias
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Buchli, V. 1997. Khrushchev, Modernism, and the Fight against Petit-bourgeois Consciousness in the Soviet Home. Journal of Design History, 10(2), pp. 161-176.
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Foucault, M. 1980. Power, Right, Truth. In: R. E. Goodin and P. Pettit, eds. Contemporary Political Philosophy: An Anthology. Oxford: Blackwell Publishers Ltd.
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Gell, A. 1992. The Technology of Enchantment and the Enchantment of Technology. In: J. Coote, J. and A. Shelton, eds. Anthropology, Art and Aesthetics. Oxford: Clarendon Press.
Lévi-Strauss, C. 1965. Structural Anthropology. New York: Basic Books.
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Mitchell, T. 1988. Colonising Egypt: With a New Preface. Berkeley: University of California Press.
Richardson, M. 1982. Being-in-the-Market versus Being-in-the-Plaza: Material Culture and the Construction of Social Reality in Spanish America. American Ethnologist, 9(2), pp. 421-436.
Tomlinson, J. 1991. Parallax: Re-Visions of Culture and Society. Baltimore: The Johns Hopkins University Press.
Fuente: UCL/ Traducción: Maggie Tarlo