¿Qué está diciendo la antropología sobre la presidencia de Jair Bolsonaro?

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por HORACIO SHAWN-PÉREZ

Pasaron dos años desde que Jair Bolsonaro asumió la presidencia de Brasil. El mandato va por la mitad, atravesado por la pandemia global y por montones de otros eventos específicos de Brasil. ¿Y qué anduvo diciendo la antropología desde entonces? Muchas cosas, en general ninguna bonita.

Todavía resuena la explicita afirmación inaugural de la antropóloga brasileña Lilia Moritz Schwarcz, luego del triunfo, antes de la asunción: “Es la primera vez en la historia brasileña que un político gana una elección democrática con un porcentaje de rechazo tan alto, el 46 por ciento al momento de la votación, que abusa de las redes sociales, que produce noticias falsas con desmesurada frecuencia, que durante su campaña incentivó la polarización y justificó la violencia y que no participó en ningún debate público.”

El uso de las redes sociales es un aspecto que no pasó desapercibido en el campo antropológico. Aunque no sea una novedad, parece ser una novedad. O al menos una particularidad. Algo para subrayar. Y a lo cual examinar.

“La política en las redes sociales puede ser emocionante e incluso divertida. Pero, ¿es bueno para la democracia?”. Eso se preguntó la antropóloga Leticia Cesarino, de la Universidad Federal de Santa Catarina. La respuesta estaba implícito: es más divertido que bueno, claro.

Hablaba de los políticos no tradicionales que tomaron la arena pública en la última década, impulsado por las redes sociales y un comportamiento de lengua larga que se equipara a honestidad. Decir la verdad significa decirla de manera irónica, en eslóganes, a los gritos, quizás con algo de milicia. A las redes sociales les encanta; luego eso se institucionaliza a través del voto en democracias libres. La política adquiere esas cualidades. Bien para el show, malo para la democracia.

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“La contundente victoria de Jair Bolsonaro en las elecciones brasileñas de 2018 tomó por sorpresa a muchas personas, dentro y fuera de Brasil”, escribió Cesarino. “Sin embargo, desde otro ángulo, este éxito es solo otro capítulo en una historia global más amplia de populistas radicales de derecha que llegaron al poder durante la última década. De hecho, los paralelismos entre el estilo político de Bolsonaro y el de otros líderes como Donald Trump o Narendra Modi son sorprendentes, lo que sugiere que su eficacia electoral puede haberse derivado, al menos en parte, de infraestructuras mediáticas similares”.

Y agregó: “Como ocurre con todos los líderes populistas, la comunicación política de Bolsonaro también buscó colapsar las diferencias entre representante y representados, líder y seguidores. Los entornos de las redes sociales permiten este efecto inmediato; de hecho, su arquitectura basada en marketing está destinada a hacer precisamente eso. Las relaciones cercanas, personales e incluso íntimas entre los influencers y su base de fans son un pilar de la industria de la influencia contemporánea. Los consumidores de hoy (o más exactamente, los prosumidores) ya no confían en el marketing masivo manipulador y artificial; quieren hacer una elección ‘auténtica’. Lo mismo vale para la política contemporánea. Bolsonaro se presentó como una verdadera encarnación del pueblo brasileño, con todos sus defectos e incapacidades, frente a una élite de políticos profesionales y expertos intelectuales. Puede que no supiera mucho, pero al menos era honesto y auténtico”.

Por tratarte de un fenómeno enorme que se cristaliza a través de una sola persona, las capas de análisis son, si no infinitas, sí muy amplias. Por ejemplo. Elina I. Hartikainen, antropóloga de la Universidad de Helsinki, se enfoca en las prácticas religiosas en tiempos pandémicos; con el sello bolsonarista, por supuesto.

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Escribió en 2020: “Hasta la fecha, Brasil ha aparecido en el centro de atención mundial sobre la pandemia de coronavirus principalmente debido al rechazo del presidente Jair Bolsonaro de la amenaza que representa el virus. Como las primeras evaluaciones académicas de la postura de Bolsonaro hacia la pandemia han subrayado, se puede esperar que las consecuencias políticas y sociales sean significativas. Pero, junto con estos efectos políticos y sociales, la postura de Bolsonaro también tendrá implicaciones religiosas significativas.”

Tiene implicaciones porque los decretos y prohibiciones parecen pensadas para algunas religiones sí y para otras religiones no: desde el punto de vista de la administración de Bolsonaro, la única religión posible, o socialmente representable, es el cristianismo evangélico. Es decir, religiones altamente mediatizadas, acaso en sintonía con el perfil altamente mediatizado que le permitió llegar a la presidencia: el que convierte seguidores de red social en votantes, o si es por eso, creyentes en espectadores, o viceversa.

“Muchas otras comunidades religiosas carecen de acceso a los medios necesarios para producir servicios religiosos mediatizados”, observó Hartikainen. “Además, este modelo de religión ignora que una amplia gama de prácticas religiosas son incompatibles con tal mediatización. Solo hay que pensar en la gran cantidad de ceremonias de oración (rezas) en santuarios católicos, círculos de oración y reuniones de estudio bíblico, y de ofrendas colectivas a las deidades africanas, que son fundamentales para la práctica religiosa de muchos brasileños, para ver los límites de esta definición de religión y de libertad de religión”.

La mención del aspecto religioso no es azaroso. Mucho menos del campo evangélico brasileño. Como notaron Ari Pedro Oro y Marcelo Tadvald, antropólogos de Universidad Federal de Río Grande del Sur: “En las últimas elecciones brasileñas, en 2018, el protagonismo de los evangélicos no se limitó a la exitosa renovación de sus representantes dentro del Congreso Nacional, sino que también fue decisivo en la elección del actual presidente de la República, Jair Messias Bolsonaro. Siendo aún candidato a presidente, Bolsonaro obtuvo el apoyo explícito de grandes líderes de iglesias pentecostales y neopentecostales. Los distintos sondeos mostraron que, de cara a la segunda vuelta electoral llevada a cabo el 28 de octubre de 2018, la inclinación en favor de Bolsonaro entre los electores evangélicos llegaba a 70%”.

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Y continuaron: “Las afinidades electivas entre el candidato vencedor y los evangélicos se apoyan en la construcción de una imagen de candidato moral, dispuesto a defender los valores cristianos y la familia tradicional, y posicionado contra la corrupción y la ideología de género, sobre todo en las escuelas. Por lo demás, el uso de referencias y citas bíblicas en los discursos y en el programa de gobierno de Bolsonaro y el empleo de la palabra «Dios» en su eslogan de campaña («Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos») fueron factores importantes para cautivar a los votantes evangélicos”.

Dos años es un montón de tiempo para cualquier administración. Con o sin pandemia. Se mencionaron las redes sociales y la religión, pero podría haber sido cualquier cosa. El tono, sin embargo, es el mismo. A la antropología parece no gustarle el presidente de Brasil. Habrá que ver si esto cambia en los siguientes dos años. Hipótesis: no lo hará.

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Observatorio de ciencias antropológicas.

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