por STEVEN LIU – Colegio Universitario de Londres
Cuando me preguntaron sobre mi especialización en la universidad en una reunión familiar, todos en la mesa se quedaron en un silencio vergonzoso. Es imposible encontrar una definición concisa de una sola frase, dado que la antropología, literalmente el estudio de los seres humanos, tiene una etimología ambiciosa pero ambigua. Un año de educación institucional complicó aún más esa tarea, haciendo que cualquier definición técnica simple sea incapaz de comunicar la desconcertante historicidad de la antropología, la etnografía como metodología multimodal y ampliamente controvertida, e incluso mis ingenuas reflexiones sobre las consecuencias morales e intelectuales de los estudios antropológicos.
La forma más temprana de teorías antropológicas en “Occidente” surgió de la combinación de escritos de viajes y filosofía social, beneficiada por y desde el colonialismo (Eriksen y Nielsen 2001). Viajar proporciona un relato intuitivo pero amateur de la vida de culturas exóticas, que a su vez construye la identificación cultural de los viajeros en un contexto más amplio. Como sostiene Wolf (2010: 5), “Occidente” no es una existencia independiente con su propia genealogía, pero el “encuentro con” el otro “estimuló a los intelectuales europeos a ver la sociedad como una entidad en proceso de cambio y crecimiento”, desafortunadamente, bajo una narrativa evolutiva unilineal (Eriksen y Nielsen 2001: 9). La posterior difusión de la cultura europea fue moldeada por las nuevas relaciones de poder formadas a través de la administración colonial, y los antropólogos también contribuyeron a la agenda política al ayudar a entender la sociedad local por el bien de gobernarla. Tal influencia continúa acechando a los antropólogos, desde el período de entre guerras mundiales, cuando estudian el sistema político de varios grupos africanos como un proyecto intelectual y político y esperan “ser de interés y utilidad para quienes tienen la tarea de administrar a los pueblos africanos” (Forte y Evans-Pritchard 1940: vii), en pos de un movimiento institucionalizado “moderno” de descolonización del currículo universitario, que va desde la representación de facto de más “pensadores no europeos” hasta la reconceptualización radical dentro de las disciplinas académicas (SOAS 2017).
La conceptualización de “material cultural” durante el siglo XIX estuvo influenciada por filosofías sociales materialistas y evolutivas, que sirve, según Victor (2002 3), un esquema cultural bajo el cual una variada “supercategoría de objetos” los clasifica por su nivel de “sofisticación técnica y social”, colocando fuera de lugar a la Europa victoriana, que está en la cima, y deja a las culturas de cazadores-recolectores en la base, bajo una narrativa de modernidad y progreso. La colección de “materiales nativos” y el establecimiento de un museo etnográfico nacional son (Eriksen y Nielsen 2001: 15) importantes “condiciones previas” para el nacimiento de la antropología, y esta última tuvo una influencia más profunda en la construcción de la nacionalidad incluso después de las colecciones sistemáticas de objetos nativos, y después de que la idea de artefactos como un texto para retratar la complejidad social fuera desmitificada dentro de la academia, ya que la monografía etnográfica pronto reemplazó al museo como la “objetivación del conocimiento autorizado” sobre el mundo (Victor 2002: 4).
Aunque el término general “cultura” ocupó el centro de las teorías analíticas e interpretativas a lo largo del desarrollo de la antropología, además de ser un eje para explicar ciertos “hechos sociales invisibles” (Malinowski 1966: 317), la definición del término sigue siendo ampliamente cuestionada. Tylor (1871: 1) definió la cultura en su sentido etnográfico como el “todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, la ley, la costumbre y cualquier otra capacidad y hábito adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad”, lo que implica que los miembros de diferentes sociedades pueden cultivarse en diferentes grados. Tylor (ibid., 16) también propuso el concepto de “supervivencias”, rasgos o comportamientos culturales aislables que ya no son funcionales pero que permanecen en la sociedad, mediante los cuales se puede delinear el desarrollo histórico de las culturas primitivas. Por lo tanto, un método científico es posible mediante la observación y clasificación empírica de los rasgos individuales. A pesar de seguir adoptando una posición evolutiva (ibid., 6), el esfuerzo científico por una disciplina sistemática proporcionó la base para la transformación de los primeros estudios regionales, como la sinología, desde la recopilación de inteligencia hasta la comprensión de las sociedades locales (Wang 1997: 3).
Una preocupación teórica centrada en la “cultura” no significa que los antropólogos crean y utilicen un campo de abstracción propio; sin embargo, metodológicamente, la disciplina se distingue de otras “ciencias de campo” por la etnografía, caracterizada por la observación participante. Como pionero, Malinowski (1966: 317) objeta “un registro pasivo de hechos”, abogando por la construcción activa de relaciones a través de la observación para descubrir los “hechos invisibles”. Aboga por una comprensión holística de la cultura al afirmar que el sistema de tenencia de la tierra debe relacionarse con la economía local, los mitos y el parentesco. Para abreviar, Malinowski (1966: 335), al elevar sus observaciones a una “Tabla de reivindicaciones” relacionada con el uso de la tierra, la organización del grupo y la estructura política, concluyó que algunas doctrinas interrelacionadas como la regla del primer surgimiento, el matrimonio exogámico y patrilocal y el liderazgo mágico “controla todas las prácticas referidas a la tierra”.
La necesidad de una mejora radical es tan obvia como la importancia de tal metodología, principalmente, como el mismo Malinowski (1966: 339) reflexionó sobre ella, “calva y abstracta”. Es ambiguo si tal esquema de doctrinas interactivas representa una norma idealizada de organización o describe con precisión la praxis del individuo. Más importante aún, el papel de ciertos grupos, como las actividades económicas de las mujeres, fueron ignorados en gran medida, lo que difícilmente lo convirtió en un análisis completo del “conocimiento local”. Geertz (1973: 10) usó una historia detallada en el centro de Marruecos durante la administración francesa para ilustrar que los etnógrafos se enfrentan principalmente a trabajos interpretativos más que a observaciones, partiendo de una descripción “orientada al actor” a partir de la cual se comprende un contexto más amplio de cultura en un determinado contexto de espacio y tiempo. Geertz (1973) reconoce la brecha entre la realidad cultural y la descripción etnográfica de la misma, pero afirma de manera tranquilizadora que tal distinción proviene de las explicaciones realizadas sobre hechos desconocidos. Así, Geertz (1973, 14) sostiene que un objetivo de la antropología es ampliar el discurso humano y comprender la “normalidad de los demás sin reducir su particularidad”, más o menos una forma de traducción cultural. La “descripción densa” lleva a nuevos problemas, ya que “las descripciones etnográficas, como todas las traducciones culturales, implican necesariamente un elemento de transformación o incluso desfiguración” (Holbraad et al. 2018), exigiendo una mayor reflexividad y conceptualizaciones que permitan diferentes ontologías para aparentemente nociones o estructuras universales.
Una explicación pedante de la “etnografía” como “escribir sobre personas” pone en peligro la metodología por simplificación excesiva, ya que los individuos o las comunidades no son omnipresentes en los escritos etnográficos. Influenciada por el estructuralismo, la investigación del significado fue afectada por la lingüística (Wolf 2010: 16), particularmente la teoría del lenguaje y la expresión, como un sistema de significado, que forma discursos sin la conciencia de los individuos, y cuya estructura es comparable a los fenómenos culturales (Lévi-Strauss 1963: 19). Al revisar una amplia gama de importantes textos científicos, Martin concluye que el estereotipo cultural de género también se extiende al lenguaje científico sobre biología reproductiva, un campo que reclama una objetividad absoluta.
En su etnografía de una aldea de inmigrantes en Beijing, Xiang (2000) reconceptualiza activamente el término “relación (guan xi)” en un contexto “chino” moldeado por la historia de la mercantilización y la movilidad rural-urbana, mientras rechaza la idea de que esta noción es particular de China. Se centra, tomando prestado de Holbraad y Petersen (2017: 4), una “relativización ontológica” de la “relación” como una percepción popular, en lugar de doctrinas objetivas, sobre la estructura social y la idea de “ser humano”, que es particular pero no exclusiva de ciertas comunidades chinas. Descubrió que la aldea no se puede describir estructuralmente, y la gente casi no ejerce ningún ritual simbólico, y su contextualidad es casi la opuesta a las aldeas tradicionales chinas (2017, 19). Estos encuentros lo obligaron a reajustar su imaginación sobre la “totalidad” del lugar, tratando de permitir que la etnografía “dictara su propio término de compromiso” (Holbraad y Petersen, 2017).
Supongo y espero enfrentar situaciones similares en el futuro, dada no solo una falta de contacto operacional con la etnografía, sino también una agilidad teórica limitada para reconsiderar las teorías mayoritariamente “occidentales” con las que he tenido contacto este año debido a los “hechos sociales” dentro de contextos culturales con los que estoy más familiarizado. Se requieren más atenciones y compromisos a largo plazo, incluso la etnografía se está volviendo cada vez más multimodal. Surgen más preguntas que los acertijos ya respondidos, ya que todavía estoy confundido por cómo lidiar con los problemas éticos planteados por la mirada intrusiva y la participación de los antropólogos, y si mi principal preocupación debería ser elaborar una etnografía de o para las personas con quienes yo estudio. Es cierto que la antropología no es necesaria para unirse a la lucha global de muchos grupos minoritarios, pero ¿podría hacer más tanto política como intelectualmente? Si es así, ¿cómo debería reconceptualizarse y reestructurarse también la metodología de la etnografía? Si no es así, ¿deberíamos simplemente desmantelar las instituciones que permiten que los antropólogos y las teorías antropológicas se reproduzcan dentro de una disciplina cerrada?
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Referencias
Buchli, V. 2002. Introduction. In: V. Buchli, ed. The material culture reader Oxford: Berg.
Eriksen, T. H. and Neilsen, F. N. 2001. A history of anthropology. London: Pluto Press.
Geertz, C. 1973. The interpretation of cultures. New York: Basic Books.
Holbraad, M. and Pederson, M. A.. 2017. The Ontological Turn: An Anthropological Exposition. Cambridge: Cambridge University Press.
Holbraad, M., Pedersen, M.A. and De Castro, E.V. 2014. The politics of ontology: Anthropological positions. Cultural Anthropology, 13.
Lévi-Strauss, C. 1963. Structural Anthropology. New York: Basic Books.
Malinowski, B. 1966. Coral gardens and their magic. London: Allen & Unwin.
Martin, E. 1991. The egg and the sperm: How science has constructed a romance based on stereotypical male-female roles. Signs: Journal of Women in Culture and Society, 16(3), pp. 485-501.
Sahlins, M. Stone age economics. London: Tavistock Publications.
SOAS. 2017. Decolonising the curriculum: what’s all the fuss about?. SOAS Blog, [blog] 18 January.
Wang, M. 1997. Social anthropology and its studies in China. Beijing: SDX Joint Publishing Company.
Wolf, E. R. 2010. Europe and the people without history. London: University of California Press.
Xiang, B. 2000. Transcending boundaries: Zhejiangcun: The story of a migrant village in Beijing. Beijing: SDX Joint Publishing Company.
Fuente: Anthropolitan/ Traducción: Maggie Tarlo