La música ablanda los corazones impíos

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por LIVIA GERSHON

Para muchos monjes y monjas de clausura del mundo medieval, una parte importante de cada día podía dedicarse a cantar o salmodiar. Pero los líderes de las órdenes religiosas no siempre tenían una explicación coherente de por qué esto era un buen uso de su tiempo. La historiadora y musicóloga Elizabeth Lucia Lyon explora algunas de las ideas teológicas que animan el uso del canto para alabar a Dios.

Justo antes del amanecer del período medieval, escribe Lyon, san Agustín de Hipona habló de los elementos musicales como herramientas para acercar a la gente al cristianismo. De hecho, escribió que desempeñaron un papel en su propia conversión, describiendo el canto que escuchó en la iglesia de Milán frente a la persecución de los cristianos por parte de la emperatriz romana Justina.

“Esas voces fluyeron a mis oídos y la verdad se destiló en mi corazón”, escribe. “Y de esto se encendió un afecto de piedad y brotaron mis lágrimas”.

Pero, para Agustín, el canto también podía representar una tentación de simplemente disfrutar del placer sensual. Sólo valía la pena si ayudaba al cantante o al oyente a prestar atención a las palabras de un himno o si los ponía en un estado mental que alentaba la fe. Agustín reconoció que este era un uso potencialmente peligroso de la música, ya que también podía ayudar a la aceptación de ideas falsas, pero lo vio como útil en manos de líderes cristianos responsables.

Lyon escribe que Santo Tomás de Aquino, que vivió unos 800 años después de Agustín, en la Alta Edad Media, llevó la teología del canto en una dirección algo diferente. Estaba de acuerdo en que la música podía alentar la atención al mensaje de un himno, pero sugirió que podría ser útil incluso para los miembros del laicado que no podían entender las palabras en latín. El simple hecho de saber que el propósito del canto era la alabanza a Dios podía elevar su atención hacia la devoción.

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Incluso más tarde, en el siglo XV, el teólogo francés Jean Gerson se basó tanto en Agustín como en Aquino en su análisis de la oración musical. Pero fue incluso más allá que Aquino al afirmar que la música podía tener un propósito espiritual más allá de mejorar estéticamente las palabras de oración.

Para Gerson, escribe Lyon, el sentido del canto era el “canto del corazón”, la colocación de la mente en Dios. Para ayudar a lograr esto, creó un sistema llamado “escala mística” que conecta cada vocal en latín con una nota musical y una emoción: alegría, esperanza, compasión, miedo o tristeza. Gerson creía que concentrarse en este vínculo mientras se canta o se escucha puede alinear el cuerpo con una conexión intelectual con Dios, incluso sin entender las palabras.

En los siglos posteriores a la época de Gerson, la música europea se volvió cada vez más secular. Pero los teóricos de la música y los músicos profesionales continuaron recurriendo a ideas desarrolladas por teólogos para comprender cómo elementos musicales particulares podían evocar estados psicológicos beneficiosos, ablandando un corazón endurecido o aliviando el miedo.

Fuente: Jstor/ Traducción: Maggie Tarlo

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