Una antropóloga en una sala de espera

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por MIRIAM TICKTIN – The New School, NY

Me senté esperando mi turno para ver al médico. Vi como las mujeres entraban y salían. Escuché como llamaban por nombres. Finalmente, solo quedamos dos en la sala de espera: otra joven y yo. De manera inesperada ella comenzó a hablarme, nadie había dicho nada durante toda la hora o más que había estado allí, pero aún más inesperado fue su pregunta: “Êtes-vous une anthropologue?” (¿Eres antropóloga?).

Estaba completamente desconcertada, porque sí, lo era, y estaba esperando ver la médica no porque estuviera enferma sino para entrevistarla. ¿Cómo podría haberlo sabido esta mujer? “Porque yo también soy antropóloga”, respondió ella. “Así que me di cuenta de que tú también”.

La sala de espera es un tipo peculiar de lugar, un espacio de liminalidad, tiempo suspendido, incluso contención. Es un espacio definido como temporal, solo destinado como un acceso a otro lugar. El objetivo es entrar o salir del consultorio del médico. Y en ese consultorio, uno se transforma en paciente: se saca un traje de negocios para ponerse una bata médica. En términos biomédicos, esto puede significar que el cuerpo de uno se hace visible de maneras muy diferentes, pero también muy particulares. Es el cuerpo individual lo que cuenta, el cuerpo fuera del tiempo y el espacio cotidiano. O, más bien, el tiempo se detecta a través de ideas como la herencia. Y el espacio toma forma a través de conceptos como medio ambiente o población. Uno deja de ser padre, hija, desempleado, rico o abandonado; si bien el diagnóstico puede tenerlos en cuenta de manera secundaria, el cuerpo en el consultorio del médico es arrebatado de su vida normal y suspendido mientras se impone otro sistema de reconocimiento.

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Pero en el umbral de esa realidad biomédica, en la sala de espera, el cuerpo todavía es reconocido como parte de historias colectivas más grandes y prácticas cotidianas más pequeñas. Ese día, una madre y una hija se sentaron juntas, claramente parecidas entre sí; había una pareja tomada de la mano; había una mujer sentada sola, vestida con un hijab. Si bien uno puede ser un paciente inminente, en la sala de espera se puede reconocer a sí mismo y a los demás en términos sociales y médicos. En este sentido, la sala de espera es un lugar para diagnosticar no solo los cuerpos, sino también la política de los cuerpos y la política de la enfermedad.

De hecho, la sala de espera puede ser un sitio extremadamente potente de diagnóstico político. Fue en las salas de espera médicas del estado francés a mediados de la década de 2000 cuando vi cómo la política de inmigración chocaba con la política de la enfermedad, como resultado de lo que sería una sala de espera en expansión. Gracias a una “cláusula de enfermedad” especial presionada por las organizaciones humanitarias, los inmigrantes indocumentados pueden solicitar documentos legales de enfermeras y médicos estatales por razones humanitarias excepcionales; es decir, por tener una enfermedad lo suficientemente grave como para que la deportación pueda llevar a la muerte. Con el diagnóstico adecuado, las enfermeras y los médicos podrían emitir un “permiso de enfermedad” que permitiría a los inmigrantes la residencia legal y la atención médica, desde unos pocos meses hasta un período de tiempo indeterminado. Esta cláusula humanitaria se había creado en un intento de eludir las políticas de inmigración por causas morales superiores, como el cuerpo enfermo y sufriente. Sin embargo, las puertas a muchas formas legales de entrada se cerraron gradualmente en Francia. Como resultado, había más y más inmigrantes haciendo fila en las salas de espera de la oficina médica estatal. Las pocas personas sentadas en sillas a principios de la década de 2000 se transformaron gradualmente en personas que se alineaban en los pasillos y en colas que bajaban por las escaleras.

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La sala de espera ampliada de repente hizo que otros funcionarios estatales los vieran no como cuerpos individuales fuera del tiempo y el lugar, aptos para el consultorio de un médico, sino como un grupo llamado inmigrantes; de repente, los mismos funcionarios utilizaron epítetos raciales para aquellos a quienes habían entendido previamente como pacientes en espera. En este caso, la sala de espera hizo visible y material el contexto más amplio del humanitarismo y los cuerpos sociales a los que asistió; y como tal, reveló que las excepciones humanitarias no eran excepciones morales a la política de inmigración, sino una parte clave de la política de inmigración en sí. Era evidente en esas colas y huecos de escaleras que el humanitarismo nunca existe fuera del tiempo o del lugar, incluso si uno pudiera tratar de hacerlo parecer de esa manera. Efectivamente, el servicio se cerró.

La sala de espera muestra cuerpos individuales aún no des-socializados, o más bien no totalmente resocializados en nuevos regímenes de atención; y si uno se toma el tiempo de mirar, puede revelar una verdad bastante diferente. No es de extrañar que dos antropólogas estuvieran pasando el rato allí.

Fuente: Somatosphere/ Traducción: Alina Klingsmen

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Observatorio de ciencias antropológicas.

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