por HALEY BLISS – Universidad de Nueva York
El regreso de Donald Trump a la primera línea política ha reavivado los debates sobre la naturaleza del poder, la identidad y la desigualdad social en los Estados Unidos contemporáneos. Para los antropólogos, su segunda presidencia no es sólo un acontecimiento político, sino un fenómeno cultural que ofrece una visión de cambios sociales más amplios. Al examinar cuestiones de inmigración, género y raza, podemos entender mejor las corrientes ideológicas subyacentes que siguen dando forma a los Estados Unidos y su posición en el mundo.
La inmigración siempre ha sido una piedra de toque de la agenda política de Trump. Su mandato inicial estuvo definido por políticas como la prohibición de viajes dirigida a países predominantemente musulmanes y la política de “tolerancia cero” que llevó a las separaciones familiares en la frontera entre Estados Unidos y México. Su retórica, impregnada del lenguaje del miedo y el proteccionismo, construye a los inmigrantes como una amenaza monolítica a la soberanía y la seguridad estadounidenses. Los antropólogos reconocen esto como una forma de “otredad”, un proceso que refuerza la solidaridad dentro del grupo al vilipendiar a los forasteros.
El concepto antropológico de “ciudadanía cultural” es particularmente relevante aquí. El discurso de Trump pone de relieve cómo la pertenencia se negocia no sólo a través del estatus legal, sino también a través de normas y narrativas culturales. El discurso de Trump reformula la ciudadanía como algo que depende de la conformidad con una visión idealizada de la cultura “estadounidense” (que es implícitamente blanca, cristiana y angloparlante). Esta lógica excluyente socava la base pluralista sobre la que se construyó Estados Unidos, borrando las contribuciones de las comunidades inmigrantes y exacerbando las divisiones sociales. Como dice Jason de León, “Trump es sólo una manifestación de muchas de las cosas en torno a la inmigración que se dicen a puerta cerrada pero que están en cierto modo ocultas. Es sólo que, dependiendo de quién esté en el cargo, son mejores para ocultarlo”.
La presidencia de Trump también subraya la persistencia de las estructuras patriarcales en la sociedad estadounidense. Sus comentarios abiertamente misóginos, combinados con políticas que limitan los derechos reproductivos y socavan la igualdad de género, reflejan una reacción cultural más amplia contra los logros de los movimientos feministas. Los antropólogos que estudian el género han observado desde hace tiempo cómo los regímenes políticos utilizan el control sobre los cuerpos de las mujeres como un medio para afirmar su dominio y mantener las jerarquías tradicionales.
Además, la apelación de Trump a ideales “machistas” —caracterizados por exhibiciones de dureza, agresión y aversión a la vulnerabilidad— resuena con un modelo específico de masculinidad hegemónica. Este marco cultural no sólo margina a las mujeres, sino que también constriñe a los hombres al imponer roles de género rígidos. La reafirmación de estas normas bajo el liderazgo de Trump sugiere una ansiedad profundamente arraigada sobre la dinámica cambiante de género y la erosión del privilegio masculino.
La raza ha sido un eje central de la identidad política de Trump, desde su perpetuación de la conspiración sobre el lugar de nacimiento de Barack Obama hasta su ambigüedad sobre la violencia de la supremacía blanca en Charlottesville. Los antropólogos entienden el racismo no sólo como prejuicio individual sino como un sistema estructural y simbólico que mantiene la desigualdad. La retórica y las políticas de Trump amplifican este sistema al normalizar las expresiones manifiestas de animadversión racial y al mismo tiempo desmantelar los mecanismos diseñados para abordar las disparidades raciales.
El concepto de “violencia estructural” es ilustrativo para analizar el impacto de las políticas de Trump en las comunidades de color. Ya sea mediante la reducción de la acción afirmativa, la eliminación de las protecciones al derecho al voto o la militarización de la policía, estas acciones perpetúan el daño sistémico contra los grupos marginados. Al mismo tiempo, la invocación de Trump de un pasado mítico (“Make America Great Again”) enmarca la identidad blanca como sitiada, fomentando una política de agravios que convierte a las minorías en chivos expiatorios de inseguridades sociales más amplias.
Así, en medio de los desafíos que plantea la presidencia de Trump, es crucial reconocer la resiliencia de las comunidades marginadas y sus aliados. Los antropólogos enfatizan la importancia de la agencia y la resistencia frente a la opresión estructural. Los movimientos de base que abogan por los derechos de los inmigrantes, la igualdad de género y la justicia racial no solo se han movilizado para contrarrestar políticas dañinas, sino que también han fomentado la solidaridad entre diversos grupos. Estos movimientos demuestran cómo la resiliencia cultural opera como un mecanismo de supervivencia y una fuerza transformadora, que permite a las comunidades adaptarse y desafiar el status quo. La resiliencia, en este contexto, no es solo la capacidad de resistir, sino también la capacidad de imaginar y promulgar futuros alternativos.
El mandato renovado de Trump no es una anomalía aislada, sino un síntoma de corrientes culturales más profundas. Su ascenso al poder refleja las ansiedades de una nación que lidia con cambios demográficos, precariedad económica y normas sociales cambiantes. Para los antropólogos, este momento exige una interrogación crítica de cómo se cruzan estas fuerzas para producir y legitimar el populismo autoritario.
Es tentador ver la presidencia de Trump como una desviación de los ideales democráticos, pero se la entiende más acertadamente como un espejo que refleja tensiones de larga data dentro de la sociedad estadounidense. La tarea de los académicos y los ciudadanos es enfrentar estas tensiones con un compromiso con la equidad y la inclusión. Al desafiar las narrativas que sustentan la exclusión, el patriarcado y el racismo, podemos trabajar hacia un orden social más justo y empático.
Los Estados Unidos de Trump ofrecen un duro recordatorio de que el cambio cultural no es lineal ni inevitable. Es el producto de la lucha, la negociación y la resistencia. Como antropólogos, nuestro papel es iluminar estos procesos y amplificar las voces de quienes imaginan un futuro diferente.
Fuente: The Human Thread/ Traducción: Alina Klingsmen