Los timbres de Leiden

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por JAMES CLIFFORD

Entonces, ¿por qué todos esos timbres en las calles secundarias de Leiden?  ¿Qué estaba llamando mi atención? “Oye, tómales una foto”. Ahora, habiendo trabajado con las imágenes, he llegado a una respuesta. Algo así como un “método”, satisfactorio para mí al menos.   

Método/methodos: el camino, el viaje.   

Marcel Granet: La méthode, c’est le chemin, apres q’on l’a parcouru. El camino, después de que lo has recorrido.   

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Desde alrededor del año 2000, cuando las cámaras digitales económicas se afianzaron, he sido un devoto de apuntar y disparar.  Me gusta la rapidez, la flexibilidad y la fisicalidad del proceso.  Es un modo de relacionarse con un mundo de seres (humanos y no humanos), una especie de prótesis perceptual. La cámara ofrece una forma de mirar y sentir que traduce la presencia en forma, la atracción en alegoría. Aquí hay una imagen y un breve texto que cuentan el origen de mi pensamiento sobre la investigación de apuntar y disparar. (Está citado de la introducción a un ensayo fotográfico, “Actos de Equilibrio”, que se puede encontrar en: https://people.ucsc.edu/~jcliff/index.html)

Esta foto fue tomada por mi amigo Don Rothman, en Central Park.  Me la envió, pensando que me gustaría, y así fue. Neoyorquinos en California, reconocimos el estilo de la farola, la caja de llamadas amarilla (¿aún funciona?), la luz de invierno… Nos preguntamos sobre la imagen.  ¿Cuenta una historia? ¿De supervivencia quizás?  Algo debió empujar la farola fuera del centro, tal vez violentamente.  ¿O su situación es solo el resultado de la gravedad y el tiempo, la vida misma?  Por supuesto, no es difícil identificarse con la figura: achispada, chaplinesca, intrépida. Pero también está sucediendo algo más que humano. La farola se inclina junto con todos los demás cuerpos vivos en la imagen.  No hay nada nivelado o vertical en ninguna parte, nada más que actos de equilibrio. Don me dijo que solo estaba pasando por allí y sintió algo allí, casi como si (llamada y respuesta) lo estuviera escuchando. Se detuvo y tomó la foto sin componer nada. Y encontró una figura gentilmente cómica, modestamente heroica; un alma gemela no humana, tal vez; y algo interesante sobre el tiempo y todos nuestros diferentes cuerpos en el espacio. Se giró y lo asimiló todo. El tiempo y la receptividad parecen más pertinentes aquí que (agresivamente) apuntar y disparar. Nunca me ha gustado esa frase. ¿Alternativas? ¿Sentir y seleccionar? ¿Detenerse y recoger? ¿Mirar y enlazar?

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El proceso me recuerda a mi primer libro: Persona y Mito: Maurice Leenhardt en el Mundo Melanesio.  Evangelista y etnógrafo durante mucho tiempo en Nueva Caledonia, Leenhardt desarrolló una fenomenología del “mito vivido” (mythe vécu) en los paisajes densamente significativos que llegó a conocer.  El mito se encontraba, no como una historia, sino como “une parole qui circonscrit un événement”.  Parole: el francés se aproxima a una palabra vernácula que evoca gestos expresivos: actos, discursos, canciones, regalos, obras de arte. Circonscrit sugiere la actividad de captar un conjunto relacional o gestalt, aprehensión estética previa a la representación discursiva. Événement denota un suceso, una presencia que exige atención, participación encarnada. En Nueva Caledonia, mythe vécu toma la forma de relaciones afectivas con montañas, rocas, arroyos, plantas, animales, sonidos, atmósferas familiares. Por supuesto, es exagerado comparar este estar-en-el-mundo localizado con las experiencias modernas con una cámara digital. Leenhardt insistió, sin embargo, en que el mito vivido no es una práctica arcaica o no occidental destinada a dar paso a las nuevas tecnologías y racionalidades. Se puede adaptar a entornos cambiantes, paisajes urbanos. Entonces, aunque algo se pierde en la traducción, persisto en pensar en mi investigación con la cámara digital como “gestos expresivos que circunscriben eventos”.   

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Componer (sin ideas

sino en las cosas) inventar

Estos son versos del poema de William Carlos Williams, “Una especie de canción”.  “Sin ideas sino en las cosas” era el lema del poeta, una exhortación a permanecer cerca del mundo material, pensando y sintiendo con objetos y criaturas: piedras, carretillas, pájaros, flores, coches, malas hierbas, fragmentos de habla… La inmanencia multisensorial de esta escritura (brillantemente evocada por J. Hillis Miller en Poetas de la Realidad) recuerda las prácticas míticas/estéticas que he traducido de Melanesia. Para los propósitos actuales, basta con decir que la poesía de Williams ofrece una especie de realismo que no se basa en vistas, panoramas o imágenes. La visión es simplemente uno de los sentidos activos en un compromiso con las “cosas”: relaciones, ritmos, conjuntos materiales. Componer e inventar. El trabajo con la cámara, para mí, no se trata principalmente de registrar escenas o capturar un momento decisivo. Se parece más a la adivinación, manipulaciones exploratorias de enfoque, encuadre, yuxtaposición y recorte. A Lucien Hervé, el gran fotógrafo húngaro/francés, le preguntaron cómo descubrió su arte. “Con tijeras”. Lo que una vez tuvo lugar en el espacio oculto del cuarto oscuro, ahora es evidente en nuestras computadoras: no tomar sino hacer fotos. El trabajo en la pantalla digital es donde llego a comprender, retroactivamente, el evento, las relaciones, circunscritas por la rápida mirada de mi cámara. ¿Por qué me detuve y me giré? ¿Qué se vio, sintió, oyó, tocó? En la edición, invento significados: resonancias, intertextos, contrastes, alegorías que a veces pueden estabilizarse como un PDF, una forma que viaja bien en el entorno digital. La farola intuitivamente compuesta de Don Rothman terminó con otros “actos de equilibrio”: imágenes de una lucha con la gravedad, cómo nos mantenemos unidos con los objetos y entre nosotros.   

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¿Es mi método “etnográfico”? No, porque no hay ningún intento de describir o representar hechos socioculturales. Sí, porque comienza desde la realidad cotidiana, presentando lo cercano, sin reducir los fenómenos a datos o los eventos a tipos. La transitoriedad tan claramente expuesta podría explicarse como un hecho social: el patrón de la vida estudiantil en una ciudad universitaria. Pero, ¿qué más está sucediendo? ¿Cuál es el sentido más amplio de estos significantes inestables, pegados y cayéndose, desgastándose, escritos encima, borrados? Los timbres en Leiden están enmarcados por sus cajas. Pero de cerca, el marco desaparece en muchas pequeñas historias hechas visibles por cada rasguño, mancha y trozo de pintura o cinta adhesiva. La temporalidad subvierte la contención espacial, revelando lo que Gilles Deleuze llama “multiplicidad”. Cada timbre cuenta una historia, a su manera. El pegamento desgastado que dejó la cinta arrancada forma pequeñas pinturas impresionistas. Las composiciones en capas abruman los espacios reservados para los nombres. Descubrimos el tenue rastro de una escritura pasada. Muchos espacios en blanco. Gente perdida y encontrada. La alegoría, un proceso de agregar, sustraer y reorganizar significados, amplifica la llamada de los timbres de Leiden. Los nombres dan testimonio de una especie de vitalidad entrópica: perpetuo ir y venir, vivir en el morir y morir en el vivir…   

Fuente: AnthroNow/ Traducción: Maggie Tarlo

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Observatorio de ciencias antropológicas.

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