Los bronces de Benín en la historia cultural de los museos

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por MATTHEW WILLS

En 1897, cuando los soldados británicos anexaron el Reino de Benín en lo que ahora es el sur de Nigeria, la ciudad de Benín fue saqueada. Cientos de esculturas de metal y mármol, algunas del siglo XIII, fueron llevadas a Europa. Muchas otras fueron destruidas durante una masacre que dejó incontables muertos africanos.

Al igual que los Mármoles del Partenón, los Bronces de Benín, como se los conoció, son objeto de un apasionado debate sobre el patrimonio cultural, la restitución y repatriación, y la función de los museos. Algunas de las esculturas originales (y algunas copias) fueron devueltas a Nigeria, que hizo campaña por su devolución desde la independencia en 1960. Cientos permanecen en museos en el Reino Unido, Alemania, Austria y los Estados Unidos.

La historiadora Annie E. Coombes escribe que la exposición original de septiembre de 1897 en el Museo Británico de unas trescientas placas de bronce de Benín estableció un modelo para la recepción y el debate sobre las obras saqueadas.

La exposición causó sensación. Los espectadores, en persona y por medio de la prensa, estaban asombrados de que personas a las que se les había hecho creer que eran “salvajes” hubieran producido tales cosas. “Intrigada y perpleja de que se hayan encontrado obras de tal pericia técnica y naturalismo en tal cantidad en África, la prensa ilustrada nacional, local, científica y de clase media postuló hipótesis para ‘explicar’ la paradoja”, escribe Coombes.

Inicialmente, las obras se atribuyeron a un origen portugués o egipcio. Como lo describe Coombes, la “admisibilidad de un origen africano” fue en gran parte el resultado de la política dentro del propio Museo Británico. Los expertos en egiptología del museo estaban bien establecidos, pero a fines de la década de 1890, los etnólogos y antropólogos también querían el reconocimiento nacional y el apoyo financiero que significaba. Eso implicó darles mayor estatus a las obras africanas, como las de Benín.

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El contexto era la rivalidad imperial entre las potencias europeas, como Gran Bretaña y Alemania. Simbólicamente, la competencia en África se mediría por las colecciones de los museos: un valioso tesoro de obras de arte africanas significaba poder. “Los antropólogos británicos constantemente jugaron la amenaza alemana como una carta en su intento por obtener apoyo popular y gubernamental”, escribe Coombes.

Para el nuevo campo de la antropología, que quería el imprimátur de la ciencia, mantener los bronces “como evidencia tanto del salvajismo bárbaro como de la anomalía artística” se convirtió en un asunto de “urgencia nacional”, según Coombes.

Las contradicciones que hicieron, a los bronces, íconos tan potentes a finales del siglo XIX y principios del XX todavía persisten. A lo largo del siglo XX y hasta el XXI, los gobiernos británicos “defendieron la custodia continua de esta propiedad sobre la base del internacionalismo de la cultura de los museos”. Al mismo tiempo, señala, afirmaron “la importancia de los ‘bronces’ y los mármoles como parte del patrimonio nacional británico”.

Fuente: Jstor/ Traducción: Walter A. Thompson

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