por CAROLINE WAZER
Entre las reliquias más fascinantes de la antigua cultura romana se encuentran los “objetos parlantes”, una amplia categoría de artefactos que llevan inscripciones escritas en primera persona, como si el objeto mismo se dirigiera al espectador. Las lápidas que piden a los transeúntes que se detengan y contemplen la vida son un ejemplo clásico; también son comunes los artículos personales como copas de vino que invitan a los bebedores a pasar un buen rato. En marcado contraste, se encuentran los collares de esclavos “parlantes” que datan de los siglos IV y V d.C. y que tienen inscritas variaciones de la frase “¡Devuélveme! Me he escapado”.
La clasicista Jennifer Trimble explica por qué estos objetos parlantes son tan fascinantes. Aunque “hacen visibles las vidas de algunas de las personas más invisibles en el registro histórico”, escribe, las inscripciones en primera persona de los collares a menudo dicen dónde y a quién se debe devolver el portador de esos collares, presumiblemente no lo que alguien que espera escapar de la esclavitud elegiría decir con su propia voz.
Para complicar aún más las cosas, aproximadamente la mitad de los casi cuarenta y cinco ejemplos conocidos fueron descubiertos antes de que surgieran estándares arqueológicos rigurosos para documentar los lugares y contextos de los hallazgos de los objetos. Esto significa que simplemente no tenemos idea de dónde (o incluso cuándo) se encontraron originalmente algunos de los collares de esclavos más famosos, como el llamado collar Zoninus que ahora se encuentra en la colección del Museo Nazionale Romano.
Por otro lado, los especímenes excavados más recientemente muestran una gama de contextos arqueológicos tan amplia que es casi imposible hacer generalizaciones: algunos se encontraron todavía atados al cuello de un esqueleto, lo que indica que “al menos para algunos esclavos, el collar de metal era permanente”, mientras que otros fueron encontrados en montones de basura y alcantarillas, tal vez desechados por fugitivos exitosos.
Puede ser tentador renunciar a intentar extraer información concreta sobre las vidas de los esclavos en el mundo romano a partir de estos artefactos, pero, escribe Trimble, “abandonar el estudio arqueológico de estos collares significa ignorar evidencia valiosa de la esclavitud antigua y de la vida de los esclavos”.
Trimble sugiere que una forma de avanzar es centrarse en cómo las características físicas y las inscripciones de los collares funcionan en conjunto. Las bandas de metal que sobreviven tienen circunferencias similares a las de los cuellos de las camisas de vestir modernas en talla pequeña o mediana para hombres, lo que significa que se habrían ajustado cómodamente alrededor del cuello de quienes los usaran; no necesariamente de manera dolorosa, pero el usuario estaría constantemente consciente de la presencia del collar. Además, la posición del collar en el cuerpo del usuario habría significado que los usuarios no habrían podido leer las inscripciones por sí mismos (si es que estaban alfabetizados). “Para el esclavo”, por tanto, “el collar era experimentado físicamente; para todos los demás, fue principalmente una experiencia visual, algo visto. La persona con collar sintió el collar alrededor de su cuello pero lo vio principalmente a través de los ojos de los demás”.
Quizás lo más importante que nos dicen los collares es simplemente que los romanos tenían una gran ansiedad ante la fuga de las personas a las que esclavizaban. “Ya sea que estos collares respondan a intentos de fuga reales o potenciales”, concluye Trimble, “indican cierta resistencia directa. En otras palabras, estos collares dan testimonio simultáneamente de castigos degradantes y dolorosos y de la determinación y el coraje de las personas que los llevaban”.
Fuente: Jstor/ Traducción: Horacio Shawn-Pérez