¿Qué está diciendo la antropología sobre el coronavirus? (Parte 4)

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por HORACIO SHAWN-PÉREZ

El campo de la antropología sigue produciendo saberes en esta pandemia. En general son notas sobre la marcha, borradores para empezar a entender qué está ocurriendo, qué pasó y qué sucederá, desde un punto de vista antropológico. Ya se van afianzando temas, estableciendo perspectivas, consolidando polémicas, descartando paradigmas. Como ocurre siempre con la antropología, el temario es variado, rico, saltando de lo universal a lo local, de lo teórico a lo mundano. Aquí, un resumen.

Rogelio Altez, del departamento de antropología de la Universidad Central de Venezuela, afirma: “La pandemia del Covid-19 es un desastre global y los estudiosos del tema están ante un caso que va más allá de una sociedad o una región. A menudo se observan casos asociados a fenómenos climáticos de largo alcance, como El Niño, o bien grandes erupciones capaces de producir períodos prolongados de sombra y bajas temperaturas en amplias regiones. No obstante, la globalidad de este contagio es un problema solo comparable con la mal llamada «gripe española» de 1918-1919. Hoy, como entonces, aunque la amenaza es biológica el desastre no es natural. Si aquella influenza se originó en los cuarteles norteamericanos o en las trincheras francesas de la Primera Guerra Mundial, su esparcimiento por el planeta tuvo lugar por formas históricas de movilidad humana. Cifras no definidas que oscilan entre cincuenta y cien millones de fallecidos en todo el mundo no se explican por la letalidad del virus, sino por las condiciones históricas de transmisibilidad. Lo mismo debemos pensar sobre el problema presente”.

Y añade: “El desastre es global y quizás estamos asistiendo a un hecho de esta condición por primera vez en la historia, con la excepción de la influenza de 1918-1919. Los efectos de la pandemia han sido sistémicos, en correspondencia con las formas de propagación del contagio y en relación directamente proporcional con las condiciones de cada sociedad, cada país, cada Estado. No obstante, la misma relación se aplica en sentido contrario: cada sociedad aporta al desastre en proporción a sus condiciones. De esta manera, podemos entender el efecto sistémico global del problema. Los antecedentes, como la «gripe española», permitirían establecer ciertas estimaciones sobre la duración de los efectos; en aquel caso, y en escalas que deben ser comprendidas a partir de niveles geográficos y sociales, el contagio tuvo tres oleadas: entre marzo y abril, cuando alcanzó Europa, Asia y el norte de África; luego en julio cuando llegó a Australia y, finalmente, en octubre al tocar México y el resto de América Latina. El Covid-19 tiene una primera escala en China y el oriente entre finales del año pasado y febrero de 2020; en ese mes llega a Europa y en marzo, en general, a América. Las próximas oleadas o rebrotes están por verse, en esa misma relación proporcional con las condiciones de cada lugar y sociedad afectada”.

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concluye: “Parece ambicioso pensar en el mundo después del coronavirus cuando en realidad no podemos dar cuenta del mundo durante el coronavirus. El desastre está en pleno desarrollo y del mismo modo que no existió una preparación para esta amenaza, tampoco pueden desarrollarse estimaciones sobre el post desastre. Y allí se encuentra el peor efecto de todo esto: la incertidumbre, ahora asida al miedo que flota en el aire y se anida en la orden de aislamiento general. La condición global del problema nos conduce a revisar las premisas con las que se analizan regularmente los desastres, ahora comprobadas en su despliegue planetario: la producción histórica de amenazas y de múltiples contextos vulnerables, la ausencia de preparación, las respuestas reactivas, la carencia de prevención y un conglomerado mundial de poderes que han vivido de espaldas a la prevención. La globalidad del desastre se despliega y redespliega sobre tales condiciones, todas ellas preexistentes. Aquellos que ven en la globalización como la occidentalización del mundo olvidan que la seda ya estaba en Europa muchos siglos antes de la expansión ibérica. La pandemia del Covid-19 es la manifestación de un proceso histórico, como todos los desastres, que en este caso es global, y su alcance nos demuestra que la globalización no posee sentidos cardinales, sino problemas comunes a todos”.

La antropóloga médica Mara Buchbinder, de la Universidad de Carolina del Norte, cuenta: “Estudio ayuda médica para morir (también conocida como suicidio asistido) en los Estados Unidos. Si bien las circunstancias son muy diferentes (enfermedad terminal versus trauma), las muertes que estudio están en muchos aspectos enmarcadas críticamente contra las muertes en hospitales solitarios. Aquellos que buscan una muerte médicamente asistida a menudo intentan evitar las indignidades percibidas de una muerte mediada tecnológicamente y el anonimato de morir en el hospital. Cuando se les da la oportunidad de elegir el momento y el lugar de la muerte, la mayoría de las personas que optan por esta opción eligen morir en casa, rodeados de familiares y amigos, cultivando un tipo de muerte que intensifica la socialidad incluso cuando los lazos sociales se están disolviendo”.

Y agrega: “Morir de Covid-19, por el contrario, admite solo las formas más simples de socialidad. A pesar de que los proveedores de cuidados paliativos se esfuerzan por apuntalar las capacidades institucionales para ofrecer la ‘menos peor’ muerte posible, los que mueren por coronavirus en el hospital deben hacerlo en un aislamiento relativo, atendidos por personal de salud enmascarado, cubierto de pies a cabeza en PPE, asumiendo que los trabajadores tengan suerte. Aquí, el equipo necesario para proteger a los cuidadores de la transmisión viral también disminuye las posibilidades de interacción social. Cuanto menos poroso es el límite contra el virus, menos potencial tiene para la socialidad humana. ¿Cómo es morir sin recordar la última vez que viste la carne de un verdadero rostro humano?”

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Harris Solomon, de la Universidad Duke, retoma el tema: “A los antropólogos que investigamos y escribimos sobre la muerte y el trauma, nos preocupan los relatos de muertes relacionadas con la pandemia que no tienen en cuenta las intimidades de morir en el hogar o en el hospital. Según todos los informes, Covid-19 obliga a una muerte solitaria. La persona que está muriendo es el padre, el hijo o el amigo de alguien, pero si son positivos para Covid-19 también se consideran peligrosos. La muerte no es simplemente un evento singular aquí, ni el cese de la vida de un cuerpo. En cambio, la muerte presenta la posibilidad de exposición viral y, por lo tanto, la posibilidad de más muerte. Nuestras recientes experiencias de trabajo de campo nos familiarizan profundamente con toda la labor y la logística necesarias para garantizar que la muerte no ocurra en soledad. Morir es relacional, y es el estrechamiento de esa capacidad relacional lo que hace que morir en una pandemia sea un sitio crítico de reflexión”.

Thurka Sangaramoorthy, profesora de antropología en la Universidad de Maryland, explica: “Definitivamente siento que este es un buen momento para que la antropología contribuya a construir un mundo mejor durante y después de la pandemia de COVID-19. Los antropólogos de hoy están haciendo interesantes contribuciones a la comprensión humana y abordando los problemas más apremiantes de la civilización. Al igual que otros académicos, tenemos una gran cantidad de información que el mundo necesita saber, y hay cada vez más oportunidades para que podamos sumarnos a las conversaciones nacionales y globales que nos afectan a todos. Sin embargo, también es importante que, como antropólogos, no reconozcamos continuamente las fallas sistémicas duraderas como crisis discretas enmarcadas en el tiempo en aras de justificar la relevancia disciplinaria”.

Y completa: “Entonces, ¿qué podemos hacer los antropólogos para relacionarnos mejor con el público en general durante estos tiempos? Primero, debemos considerar cómo se ve el ‘compromiso’ crítico: ¿qué, con quién y por qué nos comprometemos? El activismo intelectual antropológico nos exige ir más allá de la romantización de las prácticas etnográficas y considerar cuidadosamente las políticas de traducción y las cuestiones de valor dentro de nuestro propio trabajo. Hacerlo nos permite alinearnos mejor con los más afectados negativamente por políticas injustas y participar activamente en coaliciones comunitarias y de base, iniciativas locales y nacionales, y colaboraciones interdisciplinarias dentro y más allá de la academia para asegurar que nuestros estudios sean reconocibles y útiles para las personas y comunidades ya comprometidas en la lucha por los derechos y recursos para atender sus necesidades”.

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Andrea Álvarez Carimoney, María Sol Anigstein Vidal y Marisol E. Ruiz Contreras, integrantes del Núcleo de Antropología y Salud de la Universidad de Chile, escriben: “Desde la antropología de la salud, la biomedicina ha sido entendida como uno más de los tipos o modelos de medicina posibles. Al igual que los otros modelos, responde a un constructo cultural e histórico, cuya mirada particular suele dar cuenta de un enfoque eurocéntrico, colonial, lineal/causal y fragmentado de la realidad, que le ha permitido transformarse en el modelo hegemónico”.

Y proponen: “Frente a esta perspectiva creemos que es necesario y urgente abordar la salud como un proceso dinámico y contextualizado, en relación dialéctica con la enfermedad y la atención. La mirada sobre el proceso de salud-enfermedad-atención posibilita visibilizar aspectos que hoy se mantienen en un segundo plano, como el hecho de que el ciclo vital es un todo interconectado, que incluye la muerte, lo que implica también asegurar la organización de todos los elementos que giran en torno a dicho ciclo y a las personas y comunidades como protagonistas de tales procesos. Es así que proponemos una antropología de la salud latinoamericana con una fuerte base en la salud colectiva y en la antropología médica crítica, desde las cual nos posicionamos y proponemos un campo de acción aplicado e implicado, que pueda rescatar iniciativas comunitarias y territoriales”.

Jeann Segata, antropólogo social de la Universidad Federal de Río Grande del Sur, dice: “necesitamos diferenciar entre focos cuantitativos y cualitativos. Los antropólogos sociales suelen estar capacitados en métodos cualitativos. Por lo tanto, para los antropólogos, los números, los casos, las estadísticas o la frecuencia tienen rostros, trayectorias incorporadas y biografías. La investigación antropológica implica compartir experiencias y representar entornos únicos. Entonces, las pandemias no son solo métricas. Deben considerarse desde una perspectiva de vidas y sensibilidades determinadas. Las pandemias también son experiencias encarnadas. Y cada experiencia cuenta. Cada experiencia hace historia. Y, como antropólogos, seguimos estas historias y aprendemos de ellas”.

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Observatorio de ciencias antropológicas.

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