por STEPHEN ACABADO, MARLON MARTIN, PIPHAL HENG, EARL JOHN C. HERNANDEZ y MYLENE Q. LISING
Cuando piensas en la “prehistoria”, ¿qué imágenes te vienen a la mente? ¿Dinosaurios vagando por paisajes antiguos? ¿Tigres dientes de sable de cacería? ¿Humanos acurrucados en cuevas? La prehistoria puede parecer un concepto sencillo, pero ¿es realmente así de simple?
Durante siglos, los arqueólogos han definido la prehistoria como una época anterior a la escritura, a menudo utilizando el “sistema de las tres edades” para dividir claramente los tiempos prehistóricos en las edades de Piedra, Bronce y Hierro. Introducido por primera vez por el arqueólogo danés Christian Jürgensen Thomsen en el siglo XIX, el sistema implica un camino lineal desde “primitivo” a “avanzado” para describir el progreso tecnológico. Este marco presenta todo tipo de problemas: desde narrativas impulsadas por supuestos de ascenso y caída lineal de las sociedades, hasta una obsesión con las civilizaciones “perdidas”, pasando por la creencia de que las culturas más antiguas son más difíciles (y por lo tanto más prestigiosas) de “descubrir”.
Como arqueólogos que trabajamos en el sudeste asiático, afirmamos que este sistema eurocéntrico distorsiona nuestra comprensión compartida del pasado, a menudo ignorando el desarrollo continuo de las culturas y sociedades indígenas en la región y en otros lugares. En cambio, abogamos por la “historia profunda”. Este enfoque de la investigación arqueológica valora el desarrollo cultural y social continuo de los humanos. Se centra en los sistemas de conocimiento indígena, las diversas historias orales y una amplia gama de pertenencias y objetos para ampliar nuestra comprensión del pasado.
Historias indígenas en Filipinas
Como ejemplo, imaginemos las icónicas terrazas de arroz talladas en empinadas laderas de la montañosa región de las Cordilleras de Filipinas.
El pueblo indígena Ifugao diseñó estas terrazas que caen en cascada como escalones gigantes para aprovechar el agua de los ríos y manantiales de montaña para cultivar arroz. A principios del siglo XX, los antropólogos pioneros estadounidenses que visitaron la región asumieron que las terrazas tenían más de 2000 años de antigüedad, sin ningún respaldo científico, simplemente basándose en la variedad y profundidad de su apariencia. Sin embargo, nuestra investigación reveló que estas terrazas icónicas en realidad tienen solo 400 años.
No fueron los ifugao quienes argumentaron que las terrazas tienen 2000 años, fueron los arqueólogos e historiadores, explica el coautor Marlon Martin, director de operaciones del Movimiento para Salvar las Terrazas Ifugao, una organización de conservación y educación del patrimonio. Los ifugao saben que sus terrazas son viejas (bueno, mi abuela es vieja), así que tenemos una forma diferente de definir lo que es viejo, agrega Martin, refiriéndose a la forma en que los ifugao miden la edad basándose en generaciones, no en números específicos de años.
Durante la primera fase de nuestro trabajo de campo arqueológico, realizado entre 2012 y 2016, descubrimos restos de plantas y animales, cerámicas, estructuras de pavimento de la aldea y restos humanos que sugerían que el cultivo del arroz comenzó solo en el siglo XVII. Sostenemos que los ifugao, conocidos por sus sofisticadas prácticas agrícolas y la gestión comunitaria de las tierras, construyeron estas terrazas como una forma de resistencia contra la colonización española de lo que se convirtió en las Filipinas, que comenzó en el siglo XVI.
La rápida transición del cultivo de taro a la producción de arroz húmedo sugiere una afluencia de productores de arroz de las tierras bajas de los ifugao a las tierras altas. Este cambio, junto con la construcción de amplias terrazas, permitió a los ifugao consolidar su poder económico y político en las tierras altas. A través de prácticas agrícolas autosuficientes arraigadas en la comunidad, los ifugao lograron evitar en gran medida el dominio colonial español directo que perduró en otras partes del archipiélago filipino hasta fines del siglo XIX.
“Las terrazas no son solo estructuras”, dijo el tío Jun Dait, un miembro de la comunidad ifugao local, en una entrevista de 2012, “son una demostración de nuestro conocimiento del medio ambiente, que muestra nuestra capacidad para adaptarnos y prosperar a través de prácticas sostenibles que se han perfeccionado a lo largo de generaciones”.
Las terrazas de arroz ilustran la importancia de desafiar las narrativas dominantes sobre el pueblo ifugao como estático e inmutable. Durante años, los académicos argumentaron que la comunidad ifugao resistió con éxito la colonización debido a su aislamiento en las tierras altas. Pero nuestra investigación indica que los ifugao siempre han sido un pueblo dinámico y resistente que ha respondido y se ha adaptado a siglos de cambio cultural y ambiental. El descubrimiento de cerámicas comerciales de China, Japón y otras partes del sudeste asiático durante el período colonial español subraya aún más la interconexión y el dinamismo de la sociedad ifugao. Hoy en día, el pueblo ifugao continúa cultivando estas terrazas de arroz icónicas como parte de su patrimonio cultural y sus medios de vida.
Camboya y su pasado colonial
En Camboya, existe un desafío similar con respecto a las interpretaciones coloniales de Angkor Wat, el monumento religioso más grande del mundo.
Esta impresionante proeza arquitectónica surgió como templo hindú durante el Imperio jemer de Angkor, una poderosa civilización que existió entre los siglos IX y XV. El templo continuó prosperando como lugar de peregrinación budista mucho después del siglo XV, pero esto a menudo se pierde en el registro arqueológico colonial.
Bajo el dominio colonial francés a mediados del siglo XIX, Francia afirmó ser el “heredero legítimo” de Angkor, tratándolo como una reliquia del pasado lejano. Las interpretaciones coloniales tendían a destacar los orígenes hindúes de Angkor, enmarcándolo como representante de la edad de oro de Camboya, mientras que descartaban los desarrollos budistas posteriores como influencias extranjeras. Esta cronología refuerza una historia de decadencia en lugar de una transición del período hindú al budista. También reforzó la imagen de los arqueólogos franceses como salvadores de una civilización “perdida”, al tiempo que restaba importancia al hecho de que los camboyanos adoptaron activamente y contribuyeron a la difusión e integración del budismo en su sociedad.
La práctica colonial francesa de nombrar a los reyes en orden cronológico utilizando números romanos oscureció aún más la presencia continua del compromiso camboyano con Angkor Wat. Las convenciones de nomenclatura real persistieron hasta bien entrados los siglos XVI y XVII, pero se escribían utilizando la gramática y el idioma jemer locales. Con el tiempo, el sistema numérico colonial desconectó a los reyes post-angkorianos del período angkoriano, haciendo invisibles a los jemeres post-angkorianos. La ausencia de estos nombres en los registros arqueológicos oficiales y los libros de texto de historia disminuye la influencia continua de los jemeres post-angkorianos en Angkor Wat.
Hoy, a medida que Camboya deja atrás su pasado colonial, los arqueólogos camboyanos han presionado para desarrollar la experiencia local en arqueología y conservación. Los avances tecnológicos como el lidar, que utiliza rayos láser transmitidos desde aviones o drones para crear mapas tridimensionales, han desvelado estructuras ocultas dentro de Angkor, revelando una comprensión mucho más compleja de su uso y propósito.
Estos hallazgos muestran que Angkor Wat todavía estuvo habitado durante todo el siglo XVII, mucho después de que se creyera que había sido abandonado en el siglo XV. Los relatos europeos y locales confirman que siguió siendo un concurrido lugar de peregrinación budista. Un mapa japonés del siglo XVII lo muestra como un próspero centro religioso.
Una historia profunda
Es hora de admitir que el sistema de tres edades nunca funcionó en el sudeste asiático (ni más allá de él) para describir con precisión el rico y diverso pasado de los pueblos indígenas. La “prehistoria” no se compone de una simple historia lineal.
Esperamos que el público interesado comience a apreciar esta nueva forma de pensar sobre el pasado a medida que los arqueólogos vayan más allá de los límites del modelo de tres edades para realizar investigaciones que enfaticen la presencia continua de los pueblos indígenas y sus diversas tradiciones orales y culturales. La incorporación de cronologías y perspectivas locales permite una representación más precisa, integral y respetuosa del patrimonio del sudeste asiático y de otras regiones.
Rechazar el sistema de las tres edades también requiere un cambio de mentalidad, pasando de una progresión lineal de etapas tecnológicas a una comprensión más holística del cambio cultural. Esto significa dar más valor a los textiles, la cerámica y la madera como objetos tecnológicos significativos de innovación. Al ampliar el rango y la profundidad de la evidencia material para indicar cambios culturales, se pueden entender mejor los avances y contribuciones singulares de las sociedades.
El adagio “cuanto más viejo, mejor” es una reliquia de un pensamiento eurocéntrico obsoleto. No debería ser el paso del tiempo lo que defina la importancia, sino las historias que descubrimos a lo largo del camino. A medida que los arqueólogos y las comunidades continúan desenterrando el pasado, debemos recordar que la historia no es simplemente un registro de lo antiguo; es profundamente humana, y la historia realmente comienza con el surgimiento de la humanidad.
La búsqueda de la historia profunda ofrece una manera más inclusiva de comprender el alcance total de la experiencia humana y el desarrollo cultural.
Fuente: Sapiens/ Traducción: Maggie Tarlo