por MATHEW SANDOVAL – Universidad Estatal de Arizona
Como mexicano-estadounidense que celebra el Día de los Muertos a finales de octubre y principios de noviembre, en los últimos años he notado una creciente preocupación de que la festividad se esté comercializando cada vez más.
De hecho, para aquellos que consideran sagrada esta festividad, resulta chocante ver hasta qué punto se comercializa ahora de forma masiva. La evidencia está en todas partes. Los pasillos navideños de Target están llenos de artesanías económicas del Día de los Muertos durante octubre. Las tiendas de Halloween venden disfraces del Día de los Muertos. Nike fabrica zapatos del Día de los Muertos. California y Arizona venden billetes de lotería del Día de los Muertos. Disney intentó registrar el “Día de los Muertos” antes de su película de 2017 Coco. Los ejemplos siguen y siguen.
La conclusión es que el Día de los Muertos y sus imágenes asociadas, calaveras y esqueletos se han puesto de moda y son una excelente oportunidad para que las empresas obtengan ganancias.
Pero como investigador de cultura y performance, sé muy bien que la verdad es que el Día de los Muertos siempre ha sido mercantilizado.
Las raíces de la comercialización
El Día de los Muertos es lo que el antropólogo Hugo Nutini llama una festividad sincrética, lo que significa que es un producto cultural de dos tradiciones religiosas diferentes que se hibridaron durante la colonización europea de América.
El Día de los Muertos reúne las fiestas anuales de difuntos celebradas por las culturas indígenas prehispánicas como los pueblos azteca, maya, zapoteca y mixteca. Durante el período colonial de trescientos años de México, que comenzó en 1521, estos rituales indígenas se fusionaron con los días santos católicos españoles para los muertos conocidos como Todos los Santos, celebrados el 1 de noviembre, y Todos los Difuntos, el 2 de noviembre.
Los primeros cronistas españoles en Mesoamérica, como Diego Durán y Bernardino Sahagún, documentaron las fiestas aztecas de los muertos conocidas como Miccailhuitontli y Huey Miccailhuitl. Durán escribió en la década de 1570 que quedó asombrado al ver cuán generosamente gastaban los aztecas en suministros para sus ofrendas a los muertos.
Sahagún notó el abrumador bullicio y actividad financiera que tenía lugar en el mercado de la ciudad capital de Tenochtitlán, la actual Ciudad de México, durante las fiestas rituales aztecas.
Se vendía todo tipo de alimentos y bienes a los ciudadanos para celebrar las fiestas aztecas de los muertos. En este sentido, no había mucha distinción entre actividad comercial y religiosa. Las fiestas religiosas sustentaban el mercado y viceversa.
La religión católica también destacó la actividad comercial en relación con el Día de Todos los Santos y los Difuntos. Según la creencia católica de los siglos XVI y XVII, la mayoría de las almas aterrizaban en el purgatorio después de la muerte, en lugar del cielo o el infierno. Era responsabilidad de los vivos ayudar a aliviar el sufrimiento de las almas en el purgatorio y ayudarlas a llegar al cielo. Esto se puede hacer mediante la oración o con ofrendas a las almas.
En México, eso significó que los colonizadores españoles y los católicos indígenas recién convertidos tenían la tarea de comprar directamente de la iglesia velas y otros artículos religiosos que podían usarse en ofrendas a las almas del purgatorio. Además, podían pagarle a su sacerdote local para que dijera oraciones especiales por las almas durante el Día de los Muertos, una práctica que permaneció vigente durante todo el siglo XX.
La era colonial
A medida que el Día de los Muertos se convirtió en una fiesta más popular y elaborada en México, la actividad comercial asociada creció en tamaño. Según el antropólogo Claudio Lomnitz, en el siglo XVIII el Día de los Muertos generaba el mercado anual más grande de la Ciudad de México.
De hecho, las plazas y calles estaban tan abarrotadas durante la festividad, con vendedores, carros, puestos y mercados improvisados, que el gobierno local lo consideró un “desorden público”. El alcalde y el ayuntamiento de la Ciudad de México finalmente tuvieron que controlar el frenesí económico del Día de Muertos promulgando leyes y emitiendo permisos para vendedores. En otras palabras, la festividad se había mercantilizado tanto en la Ciudad de México que requería regulación gubernamental.
En general, los mercados y vendedores de México vendían artículos relacionados con la festividad: comida, dulces, pan, alcohol, velas, juguetes y artículos religiosos. Sin embargo, según Lomnitz, en el siglo XIX, los mercados del Día de los Muertos en la Ciudad de México también vendían ropa, zapatos, muebles, herramientas, decoración del hogar y muchas otras cosas.
El aumento de la actividad comercial en el Día de los Muertos también presentó una oportunidad para que músicos, bailarines y otros artistas actuaran en las calles por dinero. En resumen, el Día de los Muertos en la Ciudad de México y otras áreas urbanas tenía un significado tanto religioso como económico.
Comercialización moderna
La comercialización del Día de los Muertos también fue bastante pronunciada en el México rural. Varios antropólogos en México y Estados Unidos que escribieron sobre el Día de los Muertos a principios y mediados del siglo XX hacen especial hincapié en los importantes mercados fiesteros. Escriben que las aldeas se transforman en ferias comerciales donde se reúne gente de comunidades situadas a muchos kilómetros de distancia para comprar y vender alimentos, bienes y servicios durante el festival.
Los estudios de los antropólogos Stanley Brandes y Ruth Hellier-Tinoco han sido influyentes para comprender cómo México comenzó a “vender” el Día de los Muertos al mundo exterior a mediados del siglo XX. La industria turística de México comenzó a promover las vacaciones entre los viajeros estadounidenses y europeos como una experiencia mexicana “auténtica”.
Muchas guías y folletos de viajes destacan el Día de los Muertos como un evento cultural al que los turistas asisten y compran arte popular relacionado con la festividad. Además, la industria turística de México posicionó ciertas celebraciones regionales, como los festivales del Día de los Muertos más “tradicionales”, para que los turistas los exploren.
Hellier-Tinoco ha mostrado cómo la “venta” del Día de Muertos en México, en la rústica isla de Janitzio, en el estado de Michoacán, transformó la pequeña ceremonia comunitaria en un espectáculo al que asisten más de 100.000 turistas al año.
Dada toda esta evidencia, no parece haber una época en la que el Día de los Muertos no estuviera íntimamente ligado a las actividades financieras y la especulación. Pero la comercialización de la festividad también ha asegurado su supervivencia.
En 2019, hablé con una abuela que estaba construyendo una ofrenda del Día de los Muertos, un altar con ofrendas para los difuntos de su familia que incluía velas, comida, flores y decoraciones festivas. Durante años había intentado en vano que sus nietos la ayudaran a erigir el altar para sus antepasados. No fue hasta que vieron Coco de Disney y calaveras de azúcar en Target que se interesaron por la festividad. Ahora ayudan con entusiasmo a su abuela a construir el altar.
La comercialización está y ha estado transformando el Día de los Muertos. Pero, por lo que he visto, también le está dando a una nueva generación la oportunidad de estar orgullosa de su cultura.
Fuente: The Conversation/ Traducción: Maggie Tarlo