por RYAN ANDERSON – Universidad Santa Clara
En agosto de 2018, el Washington Post publicó un artículo de John Tibbets y Chris Mooney que analiza el aumento del nivel del mar y la erosión del valor de las viviendas. La pieza comienza con el caso de Elizabeth Boineau, quien alguna vez esperó vender su casa en la costa de Carolina del Sur por un millón de dólares. Pero debido al cambio climático (y el posterior aumento del nivel del mar), el valor de su casa cayó tan dramáticamente (redujo el precio once veces) que finalmente decidió derribarla.
Como explican Tibbets y Mooney: “Boineau es una de los muchos propietarios de viviendas que se encuentran en la primera línea de la confrontación de la sociedad contra el cambio climático, y viven en casas donde el aumento del nivel del mar ha empeorado las inundaciones no sólo en eventos extremos como huracanes, sino también en fuertes lluvias e incluso mareas altas. Ahora, tres estudios han encontrado evidencia de que la amenaza de la altura del mar también está socavando los valores de las propiedades costeras a medida que los compradores de viviendas –particularmente los inversionistas– comienzan a retirarse a tierras más altas”.
Boineau demolió la casa y cruzó el río hacia un terreno más seguro. Está esperando que se venda su antiguo lote para poder comprar otro. Gran parte de esto se basa en esa extraña idea de valor en relación con el riesgo, el cambio climático y el aumento del nivel del mar.
Aquí es donde las cosas se ponen interesantes. Tibbets y Mooney citan un estudio conjunto de investigadores de Penn State y UC Boulder que concluye que las casas vulnerables se venden por aproximadamente un 6 por ciento menos que las casas “no expuestas”. Pero va más allá: “Las propiedades más vulnerables (aquellas que corren el riesgo de inundarse después de que el nivel del mar suba sólo un pie) se vendían con un descuento del 14,7 por ciento, según el estudio, que se publicará en el Journal of Financial Economics.”
Los investigadores de este estudio sostienen que estas caídas de precio/valor están siendo creadas principalmente por compradores ricos y más educados que compran “múltiples propiedades o segundas residencias”. Estos no son compradores que viven en estas propiedades. Los autores del estudio califican a estos inversores como “compradores sofisticados”, argumentando que “exigen un descuento para soportar el riesgo de un futuro aumento del nivel del mar”.
Piénsenlo. En esencia, se trata de la financiación de pérdidas de valor futuras debido al cambio climático, el aumento del nivel del mar y las inundaciones. El artículo menciona casas en Charleston, Carolina del Sur, que han perdido “266 millones de dólares en valor desde 2005 debido a las inundaciones costeras y las expectativas de mares aún más altos”. Pero aquí está la cuestión: a pesar de una mayor conciencia y preocupación por el aumento del nivel del mar y los riesgos de inundaciones, el desarrollo costero (y la apreciación de las propiedades) continúan.
Al menos por ahora, los valores de las propiedades costeras en realidad no están disminuyendo. Los precios de las viviendas siguen subiendo, pero no tan rápido. Como explican Tibbets y Mooney, en realidad no se trata de un caso de pérdida o disminución de valor, sino de una menor apreciación del mercado en relación con las propiedades circundantes que están expuestas a menos riesgos (aquí citan a Jeremy Porter de la Universidad de Columbia).
El valor es algo extraño. He estado obsesionado con su rareza desde hace un tiempo. Los bienes inmuebles costeros son particularmente difíciles de manejar. Con el hilo de la subida del nivel del mar, la erosión y las inundaciones costeras, los efectos sobre el valor de las tierras costeras seguramente serán graves. ¿Pero cuándo? Los valores inmobiliarios son volubles, pero resistentes. Existen herramientas que intentan informar a los propietarios sobre los riesgos potenciales. Pero no estoy seguro de que ya se hayan dado cuenta de la gravedad de la situación.
Lo complicado del valor –en el sector inmobiliario o en cualquier otro ámbito– es que gran parte depende de cosas más bien etéreas. Claro, existe la teoría marxista del valor trabajo, pero esa no es una regla estricta sobre el valor de todas las cosas. De todos modos, ese nunca fue realmente el objetivo. Y resulta que la gente suele valorar las cosas por razones muy idiosincrásicas y altamente individualistas, o por condiciones sociales y estructurales más amplias que moldean esperanzas, deseos, hábitos y decisiones. No hay nada naturalmente valioso en la costa per se, más allá de sus usos diversos y atractivos para las personas en determinadas épocas y lugares. No es necesariamente un hecho que vivir en la costa tenga que ser lujoso o incluso remotamente deseable en el futuro cercano. En muchas partes del mundo, no es particularmente seguro vivir al borde del mar. En otras partes del mundo, por supuesto, la costa sigue siendo un lugar bastante buscado (a pesar de las señales de advertencia). ¿Cuándo pasarán las propiedades costeras de deseables a peligrosas? ¿Cuándo los peligros y riesgos cambiarán la ecuación? El tiempo dirá.
Fuente: AnthroDendum/ Traducción: Alina Klingsmen