Del aumento de las temperaturas al aumento del precio de los alimentos

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por OSCAR AGUSTÍN TORRES FIGUEREDO – Universidad Federal de Santa María

¿Qué harías si tu casa estuviera en llamas? Esto es lo que está sucediendo ahora con el Planeta Tierra, nuestra “casa común” como se menciona en la encíclica “Laudato si” del Papa Francisco, que trata del cuidado del medio ambiente y de todas las personas.

Esto es también lo que nos dice la ciencia: el aumento medio de la temperatura del planeta por encima de los niveles preindustriales (1850-1900) se ha puesto de relieve en los últimos años. Principalmente por la ocurrencia de fenómenos meteorológicos extremos, como lo ocurrido hace unos días en Rio Grande do Sul, Brasil.

A pesar de la mayor intensidad y frecuencia de estos fenómenos extremos, que causan muchas pérdidas materiales y sufrimiento humano, expresiones como el calentamiento global, el cambio climático global y los desastres naturales todavía parecen lejanas para la mayoría de las personas. Esto se debe a que la mayoría de los informes sobre el tema, como los del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), están llenos de fórmulas, gráficos y tablas de difícil comprensión para la población lega sobre estos temas.

Sin embargo, cuando el cambio climático afecta la vida cotidiana de las personas, surgen preocupaciones, incluso si no siempre se dan cuenta de la relación entre estos problemas cotidianos y el calentamiento global. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con el aumento de los precios de los alimentos.

Todo aumenta

Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), agencia de las Naciones Unidas (ONU) especializada en el tema, dos agencias estadounidenses, la Agencia Espacial de la NASA y la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), confirmaron que 2023 fue el año más caluroso registrado en el planeta desde que comenzaron las mediciones de temperatura. La OMM destaca que la temperatura media mundial cerca de la superficie en 2023 fue 1,45°C superior a la media del período 1850-1900 (con un margen de error de más o menos 0,12°C).

Según Copérnico, la agencia climática europea, la temperatura media global de la superficie, la tierra y el mar combinadas, durante los doce meses comprendidos entre marzo de 2023 y febrero de 2024, fue 1,56 °C más cálida que la media del período preindustrial (1850 – 1900).

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Cuando la temperatura de la superficie de la Tierra aumenta, los océanos también se calientan. Debido a su extensión y a su capacidad para retener el calor, las masas de agua contribuyen significativamente al calentamiento global. El aumento de las temperaturas de los océanos afecta a la vida marina, acidifica los mares y, principalmente, genera más vapor de agua, que se incorpora a la atmósfera. Una atmósfera que contiene más vapor de agua, asociada a otros fenómenos naturales como El Niño, puede generar fuertes precipitaciones. Y esto afecta a vastos territorios, como fue el reciente suceso en el sur de Brasil.

¿Y por qué registramos estos aumentos de temperatura? Hoy en día existe un desequilibrio energético entre la energía solar que ingresa a la tierra y la energía que es retenida por los Gases de Efecto Invernadero (GEI). Algunos de estos GEI que contribuyen al aumento de la temperatura del planeta son el dióxido de carbono (CO₂), el metano (CH₄) y el óxido nitroso (N₂O), resultantes de procesos agroindustriales, como la quema de combustibles fósiles y la deforestación.

Uno de los primeros sectores que sufrirá el aumento de las temperaturas y la deforestación de los bosques es la agricultura. Y aquí es necesario entender las tres premisas de la relación entre alimentos y bosques:

1) necesitamos la agricultura para alimentarnos;

2) la agricultura es muy dependiente de factores no humanos, es decir, de precipitaciones estacionales en cantidades regulares y de un sistema climático mínimamente estabilizado;

3) la regularidad de las lluvias y el clima favorable dependen, a su vez, de la conservación de los bosques y otras cubiertas vegetales nativas.

La sociedad necesita comprender que los bosques y otros ecosistemas naturales conservan y reciclan la humedad de los océanos, estabilizan las precipitaciones, enfrían el clima, preservan la fertilidad del suelo y mantienen la biodiversidad. Sin bosques, no tenemos dispersores de semillas, polinizadores, hongos y microorganismos necesarios para la reproducción de las plantas. Y esto repercute en la cantidad, la calidad y, en consecuencia, el precio de los alimentos que consumimos a diario.

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Recuperación de los bosques

La crisis climática es real. Entre los especialistas en la materia, que investigan e informan a la sociedad sobre las condiciones meteorológicas y climáticas, hoy existe un consenso sobre la gravedad del problema. Y la ciencia puede señalar formas de solucionarlo.

Pero cuando se trata de definir qué hacer con la crisis climática, la cuestión se vuelve política. Como sociedad organizada, podemos buscar alternativas y soluciones, o podemos decidir no hacer nada, simplemente tapar el sol con un colador y posponer la responsabilidad de resolver el problema presente para el futuro.

El gobernador de Rio Grande do Sul, Eduardo Leite, menciona que sería necesaria una especie de Plan Marshall para reconstruir el estado. En esta lógica, además de reconstruir las infraestructuras sociales y productivas, es urgente la recuperación de los bosques. Esto incluye la restauración de bosques ribereños con vegetación nativa para retener agua, además de una agricultura baja en carbono, propuesta técnica en la que Embrapa ya tiene experiencia.

El Sistema de Integración Cultivos-Ganadería-Bosques (ILPF) y los Sistemas Agroforestales (SAF) son alternativas productivas que asocian la producción con la conservación de los recursos naturales y pueden ayudar a mitigar los impactos de la crisis climática.

La Integración Cultivos-Ganadería-Bosques (ILPF) es una forma de producción en la que se integran diferentes elementos productivos, en este caso cultivos agrícolas, ganadería y árboles dentro de una misma superficie. Los agricultores realizan cultivos intercalando las especies de interés, ya sea en sucesión o en rotación, de manera que exista un beneficio mutuo, tanto en términos económicos como ambientales.

En los sistemas agroforestales, el agricultor combina, en una misma superficie y en un momento determinado, el cultivo de especies agrícolas de interés (para venta o consumo familiar) asociadas a plantas perennes, como árboles o arbustos, que pueden proporcionar alimentos, fertilizantes o madera a largo plazo. El objetivo de la agroforestería es simular la estructura y funcionamiento de un bosque con intervención humana.

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Es común escuchar comentarios como “las medidas socioambientales generan costos y pueden afectar el precio de los alimentos”. Sin embargo, esta lógica de agricultura depredadora, de lucha contra la naturaleza, no sólo es hoy más cara, sino que además es insostenible a medio y largo plazo.

Si la agricultura se convierte en un “negocio”, con el único objetivo de ganar dinero, se deja de lado los efectos negativos sobre el medio ambiente o la salud de las personas. Cuando los alimentos se transforman en mercancías, los precios se ven afectados por las fluctuaciones de los mercados internacionales. Bajo esta lógica, de un día para otro puede resultar más ventajoso para un agricultor brasileño exportar su producción que mantenerla en Brasil.

Por lo tanto, necesitamos una verdadera Soberanía Alimentaria para garantizar cantidad, calidad y alimentos constantes para la población, ya que los brasileños necesitan comer y no pueden depender de las fluctuaciones de los precios internacionales.

En última instancia, para seguir realizando una agricultura que pueda alimentar a la población en el siglo XXI, necesitaremos economías diversificadas capaces de resistir cualquier tipo de shock, es decir, debemos volvernos más resilientes. Es importante que existan diferentes sistemas de producción y distribución de alimentos, que la producción sea cercana a los consumidores y que se base en la biodiversidad, tanto de especies comestibles como de hábitos alimentarios resultantes de la cultura.

Entonces, cuando una forma de producción de alimentos falla –cuando se acaba el petróleo, cuando los pesticidas ya no funcionan, cuando atacan las sequías y las plagas o los suelos se agotan– todavía tenemos una manera de alimentarnos.

Fuente: The Conversation/ Traducción: Alina Klingsmen

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Observatorio de ciencias antropológicas.

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