La paleobiología explica los Juegos Olímpicos

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por ANNA GOLDFIELD

Los Juegos Olímpicos muestran algunas de las hazañas humanas más extraordinarias en cuanto a fuerza, velocidad y agilidad. Como arqueóloga que se centra en el desarrollo de la especie humana a lo largo de la historia evolutiva, es interesante considerar cómo y por qué llegamos a ser tan buenos en ciertas cosas, desde el lanzamiento de jabalina hasta la carrera de 500 metros. Gran parte de lo que hace que nuestros cuerpos sean capaces de realizar proezas atléticas proviene de mucho antes de que fuéramos Homo sapiens.

La paleobiología atlética humana es una rama de la investigación que utiliza atletas entrenados para explorar las adaptaciones del cuerpo humano. Estos estudios se centran en el metabolismo y el rendimiento físico máximo, la biomecánica de las extremidades y otros aspectos de la anatomía y la fisiología humanas para tener una idea de los tipos de actividades que los humanos en el pasado podrían haber sido capaces de realizar.

A continuación, se presenta un breve resumen de algunas cosas que los humanos podemos hacer y que contribuyen al gran deporte, junto con un vistazo rápido de dónde provienen estas habilidades y desde cuándo existen.

1. Corremos

Los antepasados ​​de los humanos modernos han caminado erguidos desde hace unos 4 millones de años, cuando los miembros del género Australopithecus comenzaron a pasar más tiempo en el suelo que en hábitats de copas de árboles. La evolución hacia la bipedestación cambió una serie de aspectos de la estructura esquelética humana. Nuestra pelvis es más corta y más ancha que la de otros primates actuales. Esto se debe a que nos movemos ejerciendo fuerza principalmente a través de los músculos de los glúteos y las piernas en lugar de a lo largo de la espalda y los hombros, como lo haría un chimpancé que camina sobre nudillos. Nuestros fémures inferiores (el hueso grande del muslo) desarrollan una forma específica, llamada ángulo bicondíleo, a medida que aprendemos a caminar.

Esto nos permite dar zancadas con un movimiento giratorio, transfiriendo nuestro peso suavemente de un lado a otro a medida que avanzamos. Si alguna vez vieron a un gorila o un chimpancé caminar sobre dos patas en lugar de cuatro, notarán que tienen un andar mucho más parecido al de un pato. Nuestro andar más suave nos ayuda a caminar (y correr) de manera más eficiente.

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El Homo sapiens, en particular, con piernas más largas y tendones de Aquiles más cortos que algunos de nuestros antepasados, parece especialmente adecuado para correr largas distancias. Los investigadores han sugerido que los primeros humanos podían cazar animales de presa como antílopes o cebras sobresaltándolos repetidamente para que corrieran largos tramos en el calor del mediodía, y finalmente los animales corrían hasta el agotamiento.

2. Sudamos

Cuando nos comparamos con otros primates vivos, una de las diferencias más notables es la falta de vello corporal y el hecho de que sudamos. La termorregulación, la capacidad del cuerpo para mantener una temperatura ideal, es fundamental para todos los mamíferos, pero los humanos somos únicos en nuestra capacidad de sudar por todo el cuerpo, creando un enfriamiento por evaporación.

¿Cuándo perdimos todo nuestro pelo y nos convertimos en criaturas sudorosas y desnudas? Contrariamente a la intuición, los estudios han demostrado que los humanos y los chimpancés, nuestros parientes primates más cercanos, en realidad tenemos aproximadamente la misma cantidad de folículos en todo el cuerpo. Nuestro pelo es simplemente mucho más corto y fino.

Entonces, ¿qué provocó el cambio de pelaje espeso a pelo fino? Charles Darwin propuso que se trataba de un rasgo sexualmente seleccionado, es decir, que nuestras lejanas antepasadas preferían a los machos menos peludos y se apareaban con ellos. Sin embargo, el escenario más probable tiene más que ver con las presiones ambientales que con las sexuales. Durante nuestra evolución en África, el paso de los bosques a entornos más abiertos y cálidos significó que la capacidad de mantenernos frescos contribuyó en gran medida a la supervivencia.

Ahora, nuestros sudorosos seres pueden competir en eventos deportivos incluso con calor, aunque el cambio climático podría hacer que pronto la mayoría de las ciudades sean demasiado calurosas para albergar razonablemente los Juegos Olímpicos de verano.

3. Lanzamos

Si bien la mitad inferior de nuestro cuerpo ha evolucionado alejándose de un estilo de vida arbóreo, nuestra parte superior aún conserva rasgos que heredamos de los habitantes de los árboles. Nuestra articulación glenohumeral, la conexión en forma de rótula entre nuestro brazo superior y la escápula, nos permite girar los brazos en una rotación completa. Este tipo de movilidad es muy diferente de la de los animales cuadrúpedos que no se balancean en los árboles (las patas delanteras de un perro o un gato, por ejemplo, se balancean principalmente hacia adelante y hacia atrás y no podrían nadar como una mariposa). Nosotros, en cambio, sí podemos.

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Nuestra articulación rotatoria del hombro también nos permite lanzar por encima de la cabeza. La capacidad de lanzar con precisión y fuerza parece haberse originado hace al menos dos millones de años, con nuestros antepasados, el Homo erectus. Investigaciones recientes también han demostrado que los neandertales podrían haber arrojado lanzas para cazar a distancia. Durante mucho tiempo se creyó que los pocos ejemplos conocidos de lanzas neandertales se usaban solo para atacar y matar a corta distancia a las presas, en parte porque cuando los investigadores intentaron lanzar réplicas, no llegaron muy lejos.

Sin embargo, recientemente, los investigadores pusieron réplicas en manos de lanzadores de jabalina entrenados y se quedaron atónitos al ver que las lanzas volaban mucho más lejos y más rápido: más de veinte metros.

4. Tenemos manos hábiles

Las manos humanas son únicas en su destreza, que tiene raíces evolutivas que se remontan a hace 2 millones de años. La evidencia de este desarrollo temprano de manos como las nuestras, con pulgares oponibles y la capacidad de aplicar fuerza en un agarre fuerte o delicado, proviene de un solo hueso metacarpiano (uno de los huesos que forman la palma) de un homínido encontrado en un yacimiento de Kenia. Este agarre nos permite hacer de todo, desde agarrar un bolígrafo hasta un palo de golf.

La evolución de nuestras manos incluye tanto la selección biológica como cultural de individuos diestros frente a zurdos. Tanto las poblaciones de neandertales como las primeras de Homo sapiens parecen haber tenido aproximadamente la misma proporción de individuos diestros y zurdos que los humanos modernos (hoy somos aproximadamente el 85 por ciento diestros).

Los investigadores han sugerido que una explicación de esto se encuentra en el énfasis de la cooperación en las comunidades humanas (que favorece que todos tengan la misma lateralidad para poder compartir herramientas, por ejemplo) por sobre la competencia (que favorece la diferencia, de modo que un zurdo puede vencer a un diestro en una pelea). Algunas evidencias de esta teoría provienen del deporte: un estudio sobre cuántos atletas de élite son zurdos en diferentes deportes mostró que cuanto más competitivo es el deporte, mayor es la proporción de zurdos.

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5. Jugamos con pelotas

Muchas especies de animales juegan, pero los humanos somos la única especie que juega juegos que implican reglas y equipamiento organizados. No solo jugamos lanzando, pateando o impulsando de alguna otra manera pelotas de diversos materiales, a veces lo hacemos con bates, palos o raquetas.

La teoría generalmente aceptada sobre los orígenes evolutivos del juego es que permite a los niños aprender acciones y tareas que necesitarán dominar como adultos. En las poblaciones de cazadores-recolectores, los juegos que ayudan a los niños a desarrollar la precisión, la potencia y la coordinación mano-ojo son una práctica útil para la caza. Hay abundante evidencia arqueológica que sugiere que los niños jugaban con versiones en miniatura de herramientas de caza u otras herramientas de oficios de adultos que se remontan al menos a hace 400.000 años.

Algunas de las primeras evidencias de juegos de pelota provienen del antiguo Egipto: la tumba de un niño que data de alrededor del 2500 a. C. incluía una pelota hecha de trapos de lino y cuerda. En China, el deporte del cuju, que era similar al fútbol moderno y se jugaba con una pelota de cuero rellena de plumas, está representado en pinturas y, según se dice, data del 2300 a. C.

Sin embargo, el juego de pelota antiguo más famoso tiene sus orígenes en Mesoamérica. Las figurillas de cerámica y los murales que datan de 1700 a. C. y las canchas de pelota que datan de aproximadamente 1600 a. C. dan testimonio de un juego que era una parte enorme y compleja de la sociedad olmeca, azteca y maya.

Fuente: Sapiens/ Traducción: Mara Taylor

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Observatorio de ciencias antropológicas.

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