Un espacio para fomentar un futuro diferente

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por SHAHRAM KHOSRAVI – Universidad de Estocolmo  

Esta semana, cuando volví a la Universidad de Estocolmo, el campamento ya no estaba allí. Todas las canciones, música, debates, seminarios, susurros, gritos y consignas fueron sustituidos por un silencio ensordecedor. Un silencio familiar. Un silencio que garantiza el orden pero no la justicia.

Hace veintisiete que enseño en la Universidad de Estocolmo. Trabajo con estudiantes desde 1997.

Y todavía me encanta. La curiosidad juvenil salva mi alma académica aventurera y apasionada de la falta de alma de la creciente burocratización de la educación superior. A pesar de todos los controles, el aula todavía puede ser un espacio para la pedagogía fugitiva, un espacio para la imaginación radical y la especulación de lo imposible: un espacio para fomentar un futuro diferente.

En los últimos nueve meses he visto cómo se ha ampliado la brecha entre estudiantes y profesores. Las preguntas con las que luchan no se abordan en nuestros planes de estudio.

La guerra contra Palestina ha intensificado la brecha que había comenzado mucho antes. La generación joven creció presenciando ruina tras ruina causada por nuestras generaciones y las anteriores. Plantean preguntas difíciles que a menudo no podemos responder o no estamos dispuestos a abordar. La ruina de la tierra, de la sociedad, la expansión de las prácticas fronterizas y la creciente crueldad del capitalismo. Los planes de estudios que ofrecemos suelen estar desactualizados y los estudiantes lo notan. Al leer la Declaración de Port Huron, que fue el manifiesto político del movimiento estudiantil estadounidense, Estudiantes por una Sociedad Democrática (SDS) en 1962, uno se pregunta: ¿No ha cambiado nada desde entonces?

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”Nuestros profesores y administradores sacrifican la controversia por las relaciones públicas; sus planes de estudio cambian más lentamente que los acontecimientos vivos del mundo; sus habilidades y su silencio son adquiridos por inversores en la carrera armamentista; a la pasión se la llama antiescolástica. Las preguntas que quisiéramos plantear: ¿qué es realmente importante? ¿Podemos vivir de una manera diferente y mejor? Si quisiéramos cambiar la sociedad, ¿cómo lo haríamos?”.

La brecha se ha manifestado en los campamentos propalestinos en los campus universitarios de Estados Unidos y Europa. En la segunda semana de mayo, los estudiantes de la Universidad de Estocolmo iniciaron un campamento de protesta en solidaridad con Palestina. Nuestros estudiantes tenían objetivos y demandas claros: apoyo a un alto el fuego permanente en Gaza y el fin de los acuerdos de cooperación con las universidades israelíes. Montaron tiendas de campaña, comieron juntos, estudiaron juntos, decidieron juntos. Practicaron su ciudadanía. El educador y pensador brasileño Paulo Freire dijo con razón que el aula no es un lugar para la acumulación de conocimientos mercantilizados. Es más bien una esfera pública donde se practica la ciudadanía. Cuando no encontraron en el aula un espacio para hacer sus preguntas, crearon un espacio alternativo donde la educación se convirtió en un proceso de autorrealización y empoderamiento. El campamento se convirtió en una forma para que los estudiantes desarrollaran su lenguaje, que se deriva de sus propias realidades sociales, y leyeran sus miedos y esperanzas.

El campamento era el lugar donde la teoría era inseparable de la práctica. De repente, individuos aislados y atomizados del aprendizaje se reunieron y transformaron el aprendizaje en actos de ciudadanía. El campamento fue un espacio para aprender y enseñar cómo una sociedad es posible. El campamento ha desafiado los límites entre educación y vida; conocer y pensar; pensamiento y acción; teoría y práctica; la academia y la esfera pública. El campamento fue un pensamiento crítico combinado con prácticas de libertad.

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En la segunda semana del campamento, un estudiante me preguntó sobre las posibilidades de éxito del campamento. Le dije que ya era un gran logro. La resistencia genera nuevas subjetividades. El campamento liberó a los estudiantes de percepciones, restricciones y autoimagenes que los habían restringido durante mucho tiempo. Como hemos aprendido de Frantz Fanon, la liberación ya se logra durante la lucha por ella. El propio movimiento estudiantil está lleno de potencial para una mutación radical en la conciencia.

Desde 1991, cuando comencé a estudiar en la Universidad de Estocolmo, hasta 2024, nunca he visto una sola protesta organizada por los estudiantes, y mucho menos un movimiento estudiantil. El campamento de estudiantes creó algo que nunca antes había existido en la Universidad de Estocolmo. A través de valientes rechazos de restricciones y límites, los estudiantes agregaron calidad a la academia sueca. Los estudiantes nos recordaron cómo debería ser una universidad: un entorno de aprendizaje vibrante, dinámico y atractivo. El campamento de la Universidad de Estocolmo fue una continuidad de los movimientos estudiantiles, cuyo objetivo era romper la corteza de apatía y alienación interna que siguen siendo características de la educación superior neoliberal. Practicaban aquello de lo que los profesores sólo hablamos, la virtud de la parresía. El antiguo término griego significa tener el coraje de decir la verdad a pesar de los peligros potenciales. Significa hablar honestamente y hablar libremente incluso si eso implica correr riesgos. A través de la práctica de la parresía los estudiantes han defendido la libertad académica.

Deberíamos reconocer lo que han hecho por la academia y por todos nosotros.

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Esto es lo que les debemos.

Fuente: Allegra/ Traducción: Alina Klingsmen

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