por RICHARD SCHIFFMAN
Peter Godfrey-Smith no utiliza la palabra milagro en el título de su ambicioso nuevo libro, Living on Earth: Forest, Corals, Consciousness and the Making of the World, pero casi no hay una página que no cuente uno. Su tema es la asombrosa creatividad de la vida, no sólo para desarrollar formas siempre nuevas, sino para rehacer continuamente el planeta que la alberga.
Godfrey-Smith, profesor de la Escuela de Historia y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Sydney, pasa vertiginosamente de los últimos avances en neurología a la naturaleza del lenguaje humano y de la conciencia misma. La historia central traza el viaje épico de la vida desde las cianobacterias, que estuvieron entre las primeras plantas fotosintetizadoras, hasta las plantas multicelulares cada vez más complejas, que contribuyeron a crear una atmósfera rica en oxígeno, que a su vez allanó el camino para la evolución de animales que respiran oxígeno como nosotros.
Se trata de “una historia de los organismos como causas, más que como productos evolutivos”, escribe, y presenta “una imagen dinámica de la Tierra, una imagen de una Tierra que cambia continuamente debido a lo que hacen los seres vivos”.
El Homo sapiens, relativamente recién llegado a la fiesta de la vida, es sólo el último de una larga lista de especies que han diseñado inteligentemente el medio ambiente para satisfacer sus propias necesidades. Pensemos en los pólipos constructores de corales, las plantas fotosintetizadoras y los árboles estabilizadores del suelo. Las proporciones de gases en la atmósfera, los patrones climáticos globales, las formas mismas de los paisajes que nos rodean, todos son transformados por la vida y transforman la vida en un ciclo sin fin.
Además, gracias a las plantas fotosintetizadoras, “la gran cantidad de energía presente en un planeta vivo es mayor que en uno muerto, ya que la energía se ha convertido y retenido”, escribe. “Esto alimenta no sólo la actividad viva, sino también los ciclos y procesos geológicos. La vida comienza a almacenar el sol y todo se ve afectado”.
Godfrey-Smith nos dice que esta energía es a la vez una bendición y una maldición. Gracias al poder propulsor de los cadáveres acumulados de plantas y animales antiguos en forma de combustibles fósiles, la vida que generó la Tierra ahora se aventura al espacio exterior. Pero la acumulación de dióxido de carbono en la atmósfera que resulta de la quema de combustibles fósiles está alterando nuestro clima y amenazando la ecología de la Tierra.
Estos profundos cambios en la biosfera se deben a la conciencia. “Las mentes son agentes de transformación”, según Godfrey-Smith. Lo que distingue a los humanos de otras especies (que también son sensibles y capaces de “experiencias sentidas”) es que hemos utilizado la conciencia para dominar tecnologías avanzadas, lenguajes elaborados y culturas complejas, que nos permiten ser diseñadores activos de nuestro propio futuro y del futuro del planeta.
Pero los humanos no son los únicos que transforman el mundo que los rodea. En algunos de los pasajes más memorables, Godfrey-Smith, buceador y autor del bestseller de 2016 Otras mentes: el pulpo, el mar y los orígenes profundos de la conciencia, escribe sobre cómo la vida en los océanos diseña continuamente su propio entorno.
Leemos sobre las torres submarinas de piedra caliza llamadas estromatolitos (comparables a los arrecifes de coral) minuciosamente ensambladas por cianobacterias para albergarse. Se nos dice que criaturas similares a camarones llamadas anfípodos construyen mástiles en los que se posan para alcanzar la comida. Los pulpos, los delfines y otras criaturas marinas inventan herramientas a partir de las materias primas que los rodean.
El libro relata la conocida historia de cómo la vida pasó de la evolución de plantas simples en el océano a plantas complejas en la tierra, a las aves, los mamíferos y, finalmente, a los humanos. Los capítulos posteriores cuentan cómo los humanos han pavimentado hábitats salvajes, alterado el clima y dominado a nuestras especies hermanas en granjas industriales, comportamiento que pone en peligro el “motor creativo” de la vida en la Tierra, como él lo expresa.
“Demasiada parte del mundo, al parecer, ha quedado bajo la influencia humana durante una época en la que no somos muy buenos en descubrir cómo ejercer este poder”, observa Godfrey-Smith. “La porción de la Tierra ocupada por la naturaleza salvaje, su lugar en el todo, se encoge y retrocede”.
Godfrey-Smith sostiene que necesitamos preservar y restaurar la naturaleza salvaje no porque sea estéticamente agradable, y no solo porque sea una parte esencial de nuestro propio sistema de soporte vital, aunque ciertamente lo es. Necesitamos preservar la naturaleza a partir de una conciencia ética de “nuestra continuidad material y parentesco con el resto de la vida en la Tierra”, escribe.
Su argumento más amplio es que “la acción humana no debe contrastarse con la ‘naturaleza’, no debe contraponerse a ella”. En un mundo donde todo funciona en conjunto como elementos intrincadamente interconectados en un vasto todo, los humanos no estamos en modo alguno separados de la vida que nos rodea. “Somos una parte viva de un sistema más grande”, escribe Godfrey-Smith. Aunque en su opinión la Tierra en sí no está viva, “es un sistema en el que lo no vivo está estrechamente ligado a lo vivo. La Tierra ha sido animada por sus organismos”.
Estas opiniones recuerdan la hipótesis de Gaia propuesta por el químico James Lovelock y el biólogo evolutivo Lynn Margulis en la década de 1970, que retrató a la Tierra como un sistema autorregulado, similar a un organismo, que actúa para mantener las condiciones atmosféricas y climáticas que la vida necesita.
Aunque Godfrey-Smith considera que las pruebas de la existencia de Gaia son “intrigantes, por decir lo menos”, duda de que el planeta sea en realidad un organismo vivo, como han afirmado algunos de sus defensores más radicales. En cambio, afirma que la “idea de la Tierra como organismo” podría considerarse una “metáfora, más que una afirmación que se deba tomar literalmente”.
Pero, ¿qué es exactamente la vida? La versión corta, según el autor, es que los seres vivos son “bolsas de orden” discretas que transmutan una fuente de energía como el sol (las plantas lo hacen directamente, los animales indirectamente, al comer plantas) y poseen la capacidad de reproducirse y perpetuar su propia especie. Sin embargo, esta descripción escueta plantea la pregunta: ¿por qué surgió la vida en primer lugar?
Godfrey-Smith no especula sobre este enigma metafísico. Lo que sí dice es que el proceso de transformación de la energía en organismos comenzó en la Tierra hace unos 3.700 millones de años, aproximadamente una cuarta parte de la edad del propio universo. Y desde entonces ha ido añadiendo capas sucesivas de complejidad y sofisticación.
Living on Earth cuenta una importante advertencia para la era del cambio climático. Pero los desvíos cerebrales del autor hacia las minucias de los argumentos filosóficos y científicos abstractos pueden ser tediosos y difíciles de seguir en algunos lugares. Afortunadamente, estos baches se redimen (para los menos inclinados al análisis) con una riqueza de detalles fascinantes intercalados con pasajes de pura poesía.
Leemos, por ejemplo, que las cadencias repetitivas de dos y tres notas de la rosella carmesí, un loro australiano, suenan como si estuvieran “haciendo una audición eterna para una ópera de Philip Glass”. La imitación de los pájaros lira es extrañamente precisa, casi “demasiado ‘formal’, como una soprano de ópera que canta con demasiado cuidado una canción popular”. El autor observa a las sepias “saltando disparadas hacia atrás como un misil relajado y excéntrico”.
“Nosotros, los agentes vivos del mundo, estamos todos aquí juntos, como partes de un único sistema”, argumenta Godfrey-Smith, resumiendo la tesis de este difícil pero gratificante libro. El lector se queda con la esperanza de que los humanos podamos finalmente llegar a comprender este hecho central antes de que sea demasiado tarde.
Fuente: Undark/ Traducción: Maggie Tarlo