Cuando el anti imperialismo occidental apoya al imperialismo ruso

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por ELIZABETH CULLEN DUNN

La invasión de Rusia a Ucrania fue un shock no solo para Europa del Este, sino también para el orden internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial. Si bien los principios fundamentales de la geografía de la posguerra —que las fronteras nacionales no se moverían, que cada país tenía derecho a la integridad territorial y que cada nación-estado podía gobernar su propio territorio sin interferencia— podrían haberse debilitado antes, ahora más que debilitarse, literalmente volaron por el aire. Dar sentido a estos cambios históricos mundiales llevará tiempo. Un artículo reciente del geógrafo David Harvey sostiene que las políticas occidentales posteriores a la Guerra Fría jugaron un papel importante en empujar a Rusia hacia la actual guerra en Ucrania. Harvey argumenta que el hecho de que Occidente no incorporó a Rusia a las estructuras de seguridad occidentales y a la economía mundial condujo a la “humillación” política y económica de Rusia, la cual, ahora, Rusia busca remediar anexando Ucrania. Sin embargo, al centrarse en el imperialismo occidental, Harvey ignora la política de los estados sucesores de la URSS, así como la dinámica económica regional. Es el neoimperialismo ruso, no las acciones de Occidente, lo que motiva la invasión rusa a Ucrania.

El argumento de Harvey se basa en la idea de que tras la disolución de la URSS en 1991, las instituciones occidentales infligieron graves “humillaciones” a Rusia. Argumenta que “la Unión Soviética fue desmembrada en repúblicas independientes sin mucha consulta popular”. Pero esto plantea la cuestión de a quién había que consultar. Estonia declaró la soberanía nacional en 1988, y tanto Letonia como Lituania declararon su independencia de la URSS en 1990, todos ellos antes de la disolución de la URSS en 1991 (Frankowski y Stephan 1995: 84). Estos tres países eran independientes antes de 1940 y, al igual que Ucrania, fueron incorporados por la fuerza a la URSS; los tres países vieron las declaraciones de independencia posteriores a 1988 como una restauración de la soberanía nacional previa. Georgia también eligió un gobierno nacionalista en 1990 y declaró formalmente su independencia en 1991. Al igual que Ucrania, Georgia reclamó la restauración de la soberanía nacional, que se llevó a cabo antes de su incorporación forzosa a la URSS en 1921. Al igual que Ucrania, cada uno de estos países celebró referéndums sobre independencia que se aprobaron con más del 74% por ciento de los ciudadanos votando para salir de la URSS de forma permanente. El propio referéndum de Ucrania se aprobó con el 92,3% de la población votando “sí” (Nohlen y Stover 2010:1985). Por lo tanto, hubo muchas consultas con las personas que importaban: los ciudadanos de países anteriormente colonizados por Rusia que exigían el derecho a decidir su propio futuro. No está claro por qué debería haberse consultado a Rusia acerca de la independencia de las naciones que se incorporó por la fuerza al imperio ruso y a la URSS. Rara vez se les pide permiso a los países colonizadores cuando sus colonias declaran la independencia.

En segundo lugar, Harvey argumenta que Rusia fue “humillada económicamente”. Escribe: “Con el final de la Guerra Fría, a los rusos se les prometió un futuro prometedor, ya que los beneficios del dinamismo capitalista y una economía de libre mercado supuestamente se extenderían lentamente por todo el país. Boris Kagarlitsky describió así la realidad: con el final de la Guerra Fría, los rusos creían que se dirigían en un avión a reacción a París, solo para descubrir, en pleno vuelo, que les dijeron ‘bienvenidos a Burkina Faso’”.

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Harvey culpa del colapso de la economía rusa, a principios de la década de 1990, a la práctica liderada por Occidente de la llamada “terapia de choque”, o rápida mercantilización, y dice que resultó en una disminución del PBI, el colapso del rublo y la desintegración de la economía y la red de seguridad social para los ciudadanos rusos. Pero una explicación del colapso económico basada únicamente en la “terapia de choque” niega la dinámica interna de las economías socialistas de Estado, que ya estaban en caída libre cuando la economía planificada con restricciones de oferta sucumbió a sus propias contradicciones internas (Dunn 2004: Capítulo 2). Como mostró acertadamente el economista disidente húngaro Janoś Kornai, las restricciones presupuestarias blandas, que permitieron que las empresas socialistas estatales pasaran sus costos al estado y, por lo tanto, impidieron que fracasaran, llevaron a ciclos intensos de escasez y acaparamiento. A su vez, la escasez endémica condujo a una producción limitada y de baja calidad, lo que a su vez condujo a una mayor escasez y acaparamiento. Todo esto desincentivó las inversiones en modernización industrial. ¿Por qué invertir en equipos o métodos de producción modernos, cuando una empresa podía vender todo lo que fabricaba y cuando había pocos incentivos para mejorar los márgenes de beneficio? Fue la economía soviética la que retrasó tecnológicamente a la industria soviética, no Occidente. El resultado de la dinámica de la planificación dirigida por el estado significó que cuando las industrias soviéticas fueron expuestas al mercado mundial mediante mecanismos de terapia de choque adoptados con entusiasmo por los reformadores en sus propios gobiernos, no fueron nada competitivas. Así, la desindustrialización de la URSS fue producto de la economía socialista de Estado.

La terapia de choque también fue, en gran medida, una producción local en lugar de una dirigida por Occidente, a pesar de la incansable defensa de Jeffrey Sachs. El objetivo de la terapia de choque no era solo hacer que las economías de Europa del Este se parecieran a las economías occidentales lo más rápido posible. Más bien, las élites locales no comunistas argumentaron que era una herramienta para evitar una restauración comunista. Argumentaron que si a la nomenklatura comunista, que controlaba tanto la política como la producción, se le permitía desmantelar las empresas estatales y reutilizar el capital estatal para su propio beneficio privado, sus miembros se opondrían a la reforma política o buscarían recuperar el poder político (Staniszkis 1991). Como escribe Peter Murrell, un ferviente crítico de la terapia de choque, los europeos orientales impulsaron con más fuerza la terapia de choque: “Estas reformas fueron toleradas, si no respaldadas, por el Fondo Monetario Internacional; fueron fuertemente alentadas, aunque débilmente ayudadas, por los gobiernos occidentales; y fueron promovidas, si no diseñadas, por los habituales economistas occidentales itinerantes”. (Murrell 1993: 111).

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El resultado, como sabemos ahora, fue la destrucción de las empresas estatales, el aumento del desempleo masivo y la creación de oligarcas cuya riqueza se basó en activos que antes eran propiedad del estado. Pero esto no fue el resultado de las políticas impulsadas por Occidente, sino más bien del pacto con el diablo exigido por la dinámica política interna en los estados sucesores de la Unión Soviética, incluida Rusia. Como señala Don Kalb en su respuesta a Harvey: “Cuando todos los proyectos modernistas colapsaron en el Este, como parecía a mediados de la década de 1990, el proyecto occidental supuestamente universalista del capitalismo democrático era simplemente el único proyecto disponible que quedaba. El Este post-socialista compartió felizmente, durante un tiempo, la arrogancia occidental”. Esto era tan cierto sobre las ideologías de libre mercado como sobre el apoyo político a la OTAN que discute Kalb.

En tercer lugar, Harvey denuncia la expansión de la OTAN a las fronteras de Rusia, citando esto como una humillación adicional, así como un problema de seguridad. Su formulación de este problema es extraña: parece suponer que la expansión de la OTAN es enteramente una cuestión de relaciones entre las potencias occidentales y Rusia, que pueden tomar decisiones en nombre de los países más pequeños sin consultarlos. En ninguna parte de todo esto están los imperativos de seguridad de Georgia, Ucrania y Moldavia, los tres países que querían unirse a la OTAN en la Reunión de la OTAN en Bucarest en abril de 2008, cada uno de los cuales tenía razones legítimas para temer la invasión rusa (Dunn 2017). El derecho de los países más pequeños a decidir su propia política exterior y unirse a alianzas por sus propias razones estratégicas está totalmente ausente del relato de Harvey. Esta ausencia del estado ucraniano como actor en la determinación del futuro del país es una aceptación implícita de la afirmación de Putin de que las antiguas repúblicas soviéticas están legítimamente en la esfera de influencia de Rusia. Pero imagina este argumento aplicado en un contexto diferente: ¿Deberían los intereses de seguridad de Canadá darle el derecho de ocupar el norte del estado de Nueva York? ¿Está Arizona legítimamente en la esfera de influencia de México, dados los peligros que podrían representar las aventuras militares estadounidenses? Ambas proposiciones son obviamente insostenibles. Sin embargo, muchos en la izquierda occidental toman el mismo argumento, que con mayor frecuencia es utilizado por Vladimir Putin, como una base legítima para la acción rusa en Ucrania (Shapiro 2015, cf. Bilous 2022).

La noción de que las invasiones rusas de Georgia en 2008, Ucrania en 2014 y Ucrania nuevamente ahora son acciones defensivas por parte de Rusia está profundamente equivocada. Son pura agresión. Son ante todo agresiones a los pueblos y territorios incorporados por la fuerza al Imperio Ruso en los siglos XVIII, XIX y XX. Como muestra la experiencia de Chechenia, Rusia está dispuesta a destruir por completo los lugares y las personas que buscan abandonar el imperio (Gall y DeWaal 1999). Rusia continuó mostrando esa voluntad con la presencia del 58º Ejército Ruso en Osetia del Sur durante los últimos 14 años, donde estuvo a punto de invadir Georgia a la primera señal de que no está dispuesta a ser controlada por Moscú (Dunn 2020). Asimismo, la actual invasión de Ucrania no es defensiva. No había ninguna posibilidad realista de que Ucrania se uniera a la OTAN en un futuro previsible, y la soberanía ucraniana no representaba una amenaza creíble para la seguridad rusa. Como dijo el canciller alemán Olaf Schultz: “La cuestión de la membresía [ucraniana] en alianzas prácticamente no está en la agenda”. La invasión de Ucrania tiene que ver con el control ruso de lo que cree que es su esfera histórica de influencia, más que con un imperativo defensivo particular.

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David Harvey claramente cree que su análisis es antiimperialista. Pero, de hecho, es un argumento proimperialista, que apoya el irredentismo ruso y la restauración del imperio bajo la apariencia de una “esfera de influencia”. Como señala Derek Hall en su respuesta, en ninguna parte del argumento de Harvey condena la invasión rusa de Ucrania. El imperialismo ruso siempre trabajó con principios diferentes que el imperialismo occidental, dado que ha sido en gran medida no capitalista, pero no obstante es imperialismo, en los sentidos cultural, político y económico de ese término. Culpar a Occidente por “humillar” a Rusia ocluye las propias ideologías expansionistas de Rusia y los deseos de restauración del imperio, y justifica la dominación militar violenta de personas que pueden y deben decidir sus propios destinos.

Referencias

Bilous, Taras. 2022. “A letter to the Western Left from Kyiv”, Commons, February 25, https://commons.com.ua/en/letter-western-left-kyiv/

Dunn, Elizabeth Cullen. 2020. ” Warfare and Warfarin: Chokepoints, Clotting and Vascular Geopolitics”. Ethnos https://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/00141844.2020.1764602

Dunn, Elizabeth Cullen.  2017. No Path Home: Humanitarian Camps and the Grief of Displacement. Ithaca: Cornell University Press.

Dunn, Elizabeth C. 2004.  Privatizing Poland: Baby Food, Big Business and the Remaking of Labor.

Frankowski, Stanisław and Paul B. Stephan (1995). Legal Reform in Post-Communist Europe. Leiden: Martinus Nijhoff Publishers.

Gall, Carlotta and Thomas De Waal. 1999. Chechnya: Calamity in the Caucasus. New York; NYU Press.

Hall, Derek, 2002. “Russia’s Invasion of Ukraine: A Response to Harvey.” https://www.focaalblog.com/2022/02/28/derek-hall-russias-invasion-of-ukraine-a-response-to-david-harvey/

Kornai, Janoś. 1992. The Socialist System. Princeton: Princeton University Press.

Murrell, Peter. 1993. “What is Shock Therapy? What Did It Do in Poland and Russia?” Post-Soviet Affairs 9(2):111-140.

Nohlen, Dieter and Philip Stöver (2010) Elections in Europe: A Data Handbook, Baden-Baden: Nomos

Shapiro, Jeremy. 2015. Defending the Defensible: The Value of Spheres of Influence in US Policy. Brookings Institution Blog, March 11. https://www.brookings.edu/blog/order-from-chaos/2015/03/11/defending-the-defensible-the-value-of-spheres-of-influence-in-u-s-foreign-policy/.

Staniszkis, Jadwiga. 1991. .Dynamics of the Breakthrough in Eastern Europe: the Polish Experience. Berkeley: University of California Press.

Fuente: Focaal/ Traducción: Horacio Shawn-Pérez

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