De cómo Charles Darwin se adelantó un siglo a la psicología moderna

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por BEN BRADLEY – Universidad Charles Sturt

 ¿Charles Darwin fue una estrella con un único hit? Según los científicos que ven la evolución desde el punto de vista de los genes, el naturalista inglés del siglo XIX aportó una idea crucial para comprender cómo cambian las especies: la selección natural o “diseño sin diseñador”. Sin embargo, un libro de Darwin poco leído por los evolucionistas modernos, La expresión de las emociones en el hombre y los animales, contiene lecciones valiosas para los científicos que buscan comprender cómo y por qué los humanos hacemos lo que hacemos.

Publicado hace ciento cincuenta años, el libro desconcertó durante mucho tiempo a los lectores científicos porque apenas menciona la selección natural. En cambio, trata de cómo se comportan los organismos en el corazón de la adaptación evolutiva, una idea que se está volviendo común en la biología del siglo XXI.

La evolución real

Desde la década de 1940, los evolucionistas vieron la selección natural como un mecanismo sin objetivo: surgen variaciones genéticas aleatorias y eventos ambientales fortuitos permiten que sobrevivan las más beneficiosas (o “más aptas”). Más recientemente, los biólogos encontraron necesario introducir el comportamiento real de los seres vivos en este cuadro. Desde esta perspectiva, los organismos se adaptan a sus circunstancias, y luego la genética estabiliza los cambios.

Como muestro en mi libro La psicología de Darwin, para Darwin, la agencia de los organismos, su capacidad para hacer cosas, era la clave, ya sea para impulsar la lucha por la existencia o para explicar las travesuras de las plantas trepadoras, los bebés y las lombrices de tierra. Esto se debía a que las acciones producen reacciones: lo que hace una criatura tiene consecuencias para sí misma y para su entorno. Esas consecuencias dan forma a sus propias acciones posteriores y cómo evolucionan eventualmente sus descendientes.

Algunas consecuencias resultan perjudiciales o fatales. Otras mejoran la vida del hacedor, incluso si es en formas que no son inmediatamente obvias, como los árboles del bosque y las abejas que prestan “ayuda mutua” a otros miembros de su propia especie. Darwin tomó esta visión de la agencia y la aplicó a lo que llamó “la más social de las especies sociales”, nosotros mismos.

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Expresiones y significado

Darwin analizó con gran detalle más de setenta componentes y tipos diferentes de expresiones faciales además de otros gestos no faciales. Concluyó que los movimientos que llamamos expresiones, como sonreír y llorar, no evolucionaron para comunicar. Para Darwin, las sonrisas y las lágrimas no llegan a la superficie del cuerpo ya empapadas de significados emocionales elaborados en los rincones ocultos de la mente de quien las expresa. Son efectos secundarios accidentales de otros “hábitos”, o de la forma en que funciona el sistema nervioso.

Las “expresiones” solo adquieren significado cuando otros las leen como tales, por lo que el significado de cualquier llamada “expresión emocional” depende del contexto y de otras personas.

Visto de esta manera, el libro de Darwin argumenta que una expresión solo podría haber evolucionado o “volverse instintiva” si la capacidad de reconocerla también hubiera evolucionado y “también se hubiera vuelto instintiva”. Y si el reconocimiento de expresiones es instintivo, razonó Darwin, los humanos deberían nacer capaces de comprender los gestos y las manifestaciones faciales.

Juego de niños

Para saber si este era el caso, Darwin estudió cuidadosamente el comportamiento social de su hijo primogénito, Doddy. Observó que Doddy entendía, “en un período muy temprano, el significado o los sentimientos” de quienes lo cuidaban, “por la expresión de sus rasgos”.

Darwin nos dice que le hizo muchos “ruidos extraños y muecas extrañas” a su hijo de cuatro meses. Sin embargo, esto no asustó a Doddy, ya que “se tomaron como buenos chistes”, porque estaban “precedidos o acompañados de sonrisas”: las sonrisas resultaron legibles para Doddy como signos humorísticos para los temibles gruñidos de su padre.

Estas observaciones se adelantaron por más de un siglo al descubrimiento de la psicología moderna: que los bebés tienen una capacidad incorporada para leer la mente y compartir mentalmente.

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¿Emociones universales?

Darwin dejó claro que su libro presentaba una teoría de la expresión más que una teoría de la emoción. Si bien fue pionero en una forma fisiológica moderna de estudiar los movimientos humanos que analiza, descubrió que los significados de tales movimientos, ya sean emocionales o no, son ineludiblemente sociales.

Los psicólogos modernos discuten sobre una división entre emociones supuestamente “básicas”, “biológicas” o “universales” como la ira, que se cree que están directamente relacionadas con el estado físico de uno, y emociones “sociales” como la envidia, que se supone que resultan de nuestras lecturas de otros.

El trabajo de Darwin elude esta controversia, argumentando que solo los patrones observables de acción facial que llamamos “expresiones” pueden ser universales. Cualesquiera que sean los significados que se atribuyan a esas acciones, deben derivar de las relaciones sociales que reflejan.

Caras de lectura

En la época de Darwin, la forma tradicional de estudiar las emociones era preguntar a las personas por qué sonreían o por qué estaban enojados. Sin embargo, la investigación de Darwin fue en sentido contrario: preguntó a las personas cómo entendían las expresiones de los demás.

Pidió a los europeos expatriados que vivían en seis continentes que completaran una encuesta sobre las formas de expresión que habían visto en diversos pueblos indígenas “que se han asociado poco con los europeos”.

También pidió a unos veinte miembros bien educados de su círculo que juzgaran qué significados veían en las fotografías de once manifestaciones faciales que el neurólogo Guillaume Duchenne había producido al colocar electrodos en los músculos de los rostros de los voluntarios para simular diferentes expresiones emocionales.

Darwin sostuvo que solo las fotografías en las que los jueces estaban de acuerdo podían llamarse expresiones “genuinas”. Imágenes de terror, tristeza o risa produjeron respuestas unánimes. Otras fotos, incluido el retrato de odio de Duchenne, resultaron indescifrables.

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Rubor

El golpe maestro de La expresión de las emociones en el hombre y los animales viene en su capítulo más largo, que tratara acerca del rubor. Los sonrojos, muestra Darwin, resultan del rebote de nuestra facultad de leer a los demás: es “el pensar lo que los demás piensan de nosotros lo que excita el sonrojo”.

Por lo tanto, los ruborizados se sonrojarán cuando imaginen que alguien los culpa por algo, incluso cuando son inocentes. Esta conclusión, que la lectura de las actitudes de los demás da cuerpo a la forma en que uno actúa, sustenta los tratamientos de la conciencia y la moralidad, la coquetería sexual y la cultura que llenan el libro anterior de Darwin, The Descent of Man (1871).

También inspiró la invención del teórico social George Herbert Mead de lo que los sociólogos ahora llaman “interaccionismo simbólico”: la visión de que todas las acciones humanas están moldeadas por lo que significan en los grupos donde ocurren.

Leído junto con The Descent of Man, del cual al principio se pretendía que formara parte, La expresión de las emociones en el hombre y los animales demuestra que la visión de Darwin de la naturaleza como un teatro de agencia hizo más que anticipar la novedosa teoría de adaptación de la biología. Esa misma visión sentó las bases para una idea de psicología basada en la evolución, donde todo significado humano tiene un origen social.

Fuente: The Conversation/ Traducción: Maggie Tarlo

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Observatorio de ciencias antropológicas.

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