por RYAN ANDERSON – Universidad Santa Clara
Hace años leí un artículo sobre un fotógrafo. En realidad no recuerdo quién era el fotógrafo, pero la historia se quedó conmigo. Llevo años buscando este artículo, pero no lo pude encontrar. Esta historia afectó mi forma de pensar y practicar la fotografía, que fue mi primer esfuerzo, y dio forma a mi enfoque de mi segundo esfuerzo, que es la antropología.
Entonces, la historia era sobre un fotógrafo documental. Al igual que los antropólogos, tienden a pasar mucho tiempo observando, documentando y analizando el comportamiento humano. Esto se convierte en una parte arraigada de la práctica diaria. Uno de los retos es aprender cómo y cuándo apagar ese hábito analítico y documental. En esta historia, la esposa del fotógrafo recibe una llamada telefónica. No es una buena llamada telefónica. Ella recibe noticias devastadoras y terribles. ¿Y qué hace el fotógrafo? Instintivamente busca su cámara para documentar el momento. Mi recuerdo es que el fotógrafo terminó teniendo un colapso y finalmente se alejó del trabajo documental por un tiempo.
Si bien no estoy seguro de algunos de los detalles de esta historia, de lo que sí estoy seguro es del efecto que tuvo sobre mí. Es sorprendente cómo una historia como esta puede ser tan influyente. Antes de eso, nunca me había sentido muy motivado por ponerme en la cara de las personas y capturar sus alegrías y pérdidas íntimas. Simplemente, no puedo hacerlo. Si bien respeto a los fotógrafos que hacen este trabajo (dependiendo de cómo lo hagan), no es mi estilo. Esta historia consolidó lo que yo llamaría un enfoque bastante no intrusivo de la fotografía.
Mi educación fotográfica incluyó mucha discusión sobre el trabajo de fotógrafos documentales como Dorthea Lange, Walker Evans, Henri Cartier-Bresson, Robert Frank, Gordon Parks y artistas más recientes como Mary Ellen Mark y Sebastiao Salgado. Siento mucho respeto por gran parte de este trabajo, pero también soy ambivalente y escéptico sobre muchos aspectos del mismo. Sobre la fotografía de Susan Sontag se adentra en algunas de estas cuestiones en relación con la obra de Salgado. Entiendo y aprecio la necesidad y el poder de documentar a la humanidad. Pero, y esta es la gran lección que obtuve de esa pequeña historia, hay momentos en los que es mejor dejar la cámara.
Para mí, esta historia se relaciona claramente con la antropología, una disciplina, como la fotografía documental, que explora vidas, historias y comportamientos humanos. Nosotros, los antropólogos, estudiamos casi todo lo que los humanos hacen o hicieron, en el pasado y en el presente. Tal vez sea en parte el resultado de esta amplitud, pero a veces nos resulta difícil no estar siempre “encendidos”, siempre analizando, siempre viendo las cosas a través de la lente de la antropología. En muchos sentidos creo que esto es bueno; pero a veces también necesitamos tomar un descanso, dar un paso atrás y dejar de lado esa mirada antropológica.
Tomar un descanso y dejar nuestras lentes antropológicas va en contra de muchos aspectos de nuestra socialización disciplinaria y el modelo de publicar o morir que gobierna gran parte de la vida académica. Pero es bueno recordarnos que podemos parar. O deberíamos ser capaces de parar. Hay momentos en los que podemos y debemos dejar nuestras “lentes”. No tenemos que teorizar, documentar o pensar en cada momento. A veces, otras cosas importan más, ya sea nuestra salud personal, nuestras familias, nuestras comunidades. O simplemente tratar de pasar el día. No siempre necesitamos producir, y no siempre necesitamos estar encendidos. Y a pesar de toda la presión, la máquina de producción académica puede esperar. Si no puede esperar, tenemos que hacerla esperar. Si la antropología no tiene espacio para nuestra humanidad, salud y bienestar, entonces debemos transformarla hasta que lo tenga.
Fuente: AnthroDendum/ Traducción: Alina Klingsmen